domingo, 23 de septiembre de 2012

SER COMO NIÑOS UN LLAMADO A MI CONVERSIÓN


Para entrar en el reino hay que ser así: disponibles, confiados, simples; hay que abandonarse a la fe con sencillez de niño.

La semejanza del niño, no es una cualidad espontánea, sino que únicamente es posible en la conversión; o sea, forma parte de aquel cambio radical de nuestra persona (mentalidad y comportamiento) que es precisamente la conversión evangélica.

Jesús enseña que el mayor honor es el mayor servicio, que el primero es el que se humilla para servir a todos, si queremos  contar en el reino de Dios, debemos hacernos pequeños, es la actitud  de servicio. Aquí la pequeñez no es ya una situación de hecho, sino una dimensión espiritual, que se traduce concretamente en la actitud del servicio.

Jesús coloca a uno de esos pequeños en medio de ellos y muestra cómo el presente y el futuro de la comunidad están en colocar en el centro no las propias ambiciones.  El que quiera ser el primero, que sea el último; el que quiera ser el primero de todos, que sea el servidor de todos. Es una potente llamada. Si los cristianos no realizamos el estilo de Cristo, ¿de quién somos discípulos?

Sería conveniente que ayudáramos a concretar todo eso según las diversas circunstancias: en el trabajo, revisar si lo que uno pretende es únicamente escalar o si en cambio es capaz de ser solidario con los problemas aunque ello le comporte perjuicios; en casa, revisar si uno refunfuña siempre, o si siempre quiere tener razón, o bien si es capaz de reprimirse y ceder para una mejor convivencia; en el tiempo libre, revisar si uno únicamente busca la tele o cualquier otra evasión, o bien si es capaz de dedicar tiempo a la familia y a labores sociales del tipo que sean; cuando uno tiene dinero y poder, revisar si está convencido de que los menos afortunados tienen tanto derecho como él a vivir bien. Y así sucesivamente.

Mientras que Jesús nos enseña que debemos ser los últimos, disponibles, preocupados más de los demás que de nosotros mismos, servidores y no dueños. No es extraño que los oyentes de Jesús -de entonces y de ahora- nosotros- nos "dé miedo" oír estas cosas.

 Y Jesús, pues, debe volver a explicar y a insistir en el estilo que él propone: se trata de querer vivir toda la vida como servicio; y se trata de saberlo reconocer a él no en los grandes y prestigiosos, sino en los humildes y débiles.

¡Que no tengamos que callar cuando se nos pregunte de qué hablábamos por el camino!

 

Fuente: J. ALDAZÁBAL
                             MISA DOMINICAL

 

 

viernes, 14 de septiembre de 2012

NUESTRA CRUZ A LA MEDIDA DE CRISTO


No existe solamente la cruz de Cristo, existe también nuestra cruz.

Y, entonces, ¿cuál es esta cruz? Lo importante de la cruz es lo que señala y significa, lo que nos dice y nos recuerda; porque la cruz es una señal, la señal de los cristianos. Claro está que todas las señales, igual que las palabras, pueden cambiar poco a poco de sentido, de modo que lleguen a significar incluso lo contrario de lo que ellas querrían decir en su origen. Nos preguntamos si no habrá ocurrido con la cruz lo mismo.

Para recuperar esta conciencia y encontrarnos a nosotros mismos y saber qué debemos hacer como cristianos, habrá que poner en claro lo que significó la cruz para Cristo y debe significar, por lo tanto, para quienes se llaman hoy sus discípulos.

La cruz de Cristo es la contradicción manifiesta de una sociedad competitiva donde se fomenta la rivalidad y la vanagloria. La cruz fue para Cristo la voluntad del Padre cumplida hasta el extremo. Tengamos los mismos sentimientos que tuvo Cristo y no queramos conformarnos a este mundo. Si somos discípulos de Cristo estaremos siempre con él en la cruz

Lo importante es saber que la cruz que no te va bien es precisamente la tuya. La cruz no es un vestido, ni un par de zapatos, que te deben venir a la medida. La cruz jamás va a la medida de tu gusto y de tus exigencias particulares. Desgarra, magulla, araña, arranca la piel, aplasta, doblega...

Y, sin embargo, no hay duda. Para que sea de verdad tuya, la cruz no debe irte bien. Por cualquier lado que la mires, la cruz nunca va bien.

Esa cruz que te viene encima en el momento menos oportuno -una enfermedad, eso  que nunca hubieras esperado, aquella calumnia que te ha dejado sin respiración- Esa cruz que tú no habrías elegido nunca entre otras mil -"una cosa así no debía sucederme a mí"- no hay duda: es "tu" cruz.

Esa cruz que te parece excesiva, disparatada, desproporcionada a tus débiles fuerzas -"es demasiado, no puedo más"- no pertenece a los otros: es la "tuya".

No te hagas ilusiones. No existe una cruz a la medida.

Para ser cruz tiene que estar fuera de medidas. Sólo llevándola te darás cuenta de que esa cruz es "tuya"

Registra por todas partes. Y, si encuentras al final la cruz que te va bien, tírala. Esa, ciertamente, no es la tuya.

Por otra parte, no importa que no sea "tuya" en el momento de partir. Llegará a serlo durante el camino, a través de una cierta familiaridad que se establecerá entre tú y ella.

Al principio se te presentará como si te fuera extraña.

Después descubrirás que es verdaderamente tuya.

 

 

Fuentes:

EL PAN DEL DOMINGO

EDIT. SIGUEME, Salamanca

 

 

martes, 11 de septiembre de 2012

¿Cuál es mi parte de «santidad»?


Para el apóstol Pablo es intolerable que haya pleitos en la comunidad, pero, si los hay, deben resolverse fraternalmente, - lo mejor sería que tuviéramos tanta paciencia que nadie se diera fácilmente por ofendido, sobre todo tratándose de hermanos.

Repaso en mi memoria mis responsabilidades diversas.

¿No es ya para nosotros un fallo tener pleito, hermanos entre hermanos, y esto ante los no creyentes?

¿Qué signo damos a los que nos miran como vivimos? San Pablo apunta aquí muy lejos.

Una familia y una comunidad cristiana deberían saber "lavar la ropa sucia en casa", con una actitud tolerante, imitando la misericordia de Cristo, que refleja la de Dios Padre.

¡Qué impresión más pobre hace el que una familia airee sus tensiones internas con personas ajenas! ¡Qué mal efecto produce el que los miembros de una comunidad parroquial o religiosa hablen mal los unos de los otros! Tendríamos que saber dialogar y resolver nosotros mismos estos "pleitos", cediendo todos un poco y poniendo cada uno su parte de perdón y de capacidad de humor.

Pablo aconseja que los "procesos" se arreglen entre cristianos, escogiendo a los «sabios» o prudentes de entre la comunidad. Esto nos plantea, HOY, la cuestión de la penetración del espíritu evangélico en las «instituciones» civiles, judiciales, políticas y sindicales. Un cristiano no puede poner entre paréntesis su fe, cuando participa en la vida de la sociedad. No es cuestión hoy de que el cristiano «se aparte». El compromiso del cristiano en el mundo no puede ser sólo el del camaleón que toma el color del ambiente.

¡Enorme responsabilidad! ¡Desde luego, sin orgullo! Pero ¡responsabilidad! Luego, ¡deber de crítica y de juicio! Y recordemos que el Reino ya ha empezado: el juicio de Dios -del que participan los cristianos- está actuando ya en los compromisos que los cristianos asumen.

-¿Por qué no preferimos soportar la injusticia? ¿Por qué no dejaros antes despojar? Esto no es un sueño, ¡es literalmente el evangelio!

Antes de decir que esto es imposible, convendría quizá que me preguntara si, en la práctica, el perdón y la paciencia no serían a veces más eficaces que la actitud inversa.

Quién sabe, además, si, ante la escalada aberrante de la violencia, el cristiano no tendrá que distinguirse por su manera de ir contracorriente, sacrificándose él mismo para tomarse el evangelio a la letra...

Pero alguien tiene que romper la espiral de la violencia o del rencor. A todos Dios nos ha tenido que perdonar. Ahora se trata de que nosotros tengamos una actitud semejante de perdón para con los demás, sin estar siempre alzando la bandera de nuestros derechos y de las aparentes ofensas que hemos recibido.

Los injustos no heredarán el Reino de Dios... Ni los impuros,  inmorales, idólatras, adúlteros, invertidos, ladrones, ni los borrachos, difamadores...  y esto fuimos algunos de nosotros, pero hemos sido lavados por el bautismo y estamos llamados a ser «santos».

FUENTE:
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA

sábado, 1 de septiembre de 2012

La ley es necesaria, pero no al estilo de los fariseos


La norma, la ley, es necesaria, y nos sirve de camino para el bien y para la armonía interior y exterior. Pero Jesús critica en los fariseos un estilo defectuoso en su cumplimiento de la ley. Será bueno que hagamos examen de conciencia, por si también nosotros merecemos estas acusaciones.

 Los fariseos exageraban en su interpretación de la ley, creando en los demás un complejo de angustia y opresión; como en el pasaje de hoy la discusión es sobre si tienen que lavarse o no las manos antes de ponerse a comer. ¿Somos así nosotros? ¿Somos capaces de perder la paz, y hacerla perder a otros, por minucias insignificantes en la vida familiar o eclesial? ¿Sabemos distinguir entre lo que tiene verdadera importancia y lo que no?

Lo exterior es bueno -la vida está hecha de detalles-, pero no es lo principal; las actitudes interiores hay que cuidarlas más. Jesús nos dice hoy, por ejemplo, que no es tanto lo que comemos o dejamos de comer, sino nuestros sentimientos interiores y las palabras que salen de nuestra boca lo que importa.

Los fariseos son atacados por Jesús por hipócritas: "Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí". Somos fariseos cuando aparentamos por fuera una cosa y por dentro pensamos o hacemos lo contrario. Es fácil juntar las manos o decir oraciones o cantar o llevar medallas; lo difícil es vivir en cristiano y actuar conforme dicen nuestras palabras.

La Palabra de Dios nos urge hoy, por tanto, a ser cumplidores de la ley y de la voluntad de Dios. Pero con convicción y con amor. No según el estilo de los fariseos, que puede ser el nuestro, tanto si somos jóvenes o mayores.

Un misionero, Vicente Donovan, que pasó diecisiete años en Tanzania. Un anciano cristiano de esa tribu  quería explicar al misionero lo que significaba para él la fe: "No es como cuando un blanco dispara contra un animal con nada más que mover un dedo y a distancia. No. La fe es como cuando un león se abalanza hacia su presa. Su nariz, sus ojos y sus orejas la descubren. Sus patas le dan velocidad. Toda la fuerza de su cuerpo se pone en vilo para dar el salto terrible y el zarpazo mortífero. Y cuando la víctima queda presa el león lo agarra en sus brazos, la atrae hacia sí y la convierte en parte de sí mismo. Así es como mata un león. Así es como cree un hombre. Eso es la fe".

Este misionero quedó en silencio. Tal vez pensó que lo entendía: la fe supone un esfuerzo, a veces doloroso, en busca de Dios. Todo nuestro ser queda comprometido en ese momento. Nuestra alma se pone en vilo, como el león.

Pero el anciano africano no habría terminado:"Nosotros, no fuimos a buscarle, padre. Ni queríamos que viniese. Fue usted quien nos buscó. Se metió en el bosque, en nuestras mismas casas. Nos habló de Dios y nos dijo que debíamos buscarle, sacrificando incluso nuestras tierras o nuestras vidas. Pero nosotros no hicimos nada de esto. Fue Él quien nos buscó y nos encontró.

Siempre nos creemos que nosotros somos el león. Pero, en realidad, el león es Dios". Sí. El león es Dios. Suyo es el Reino y suya es la misión.

El hombre tiene tendencia a refugiarse en la religiosidad y crearse por su cuenta una excusa frente a su negativa para convertirse a la verdad.

Señor, dame fuerzas para ir y hacerlo. Para amar al prójimo y hacer justicia y decir la verdad. Para ser justo y amable y cariñoso. Para servir a todos en tu nombre, con la fe de que al servirles a ellos te sirvo a ti, y haciendo el bien en la tierra conseguiré entrar en tu tienda y «habitar en tu monte santo».

Fuente: MERCABA