jueves, 28 de marzo de 2013

Comentarios sobre el lavatorio de los pies

El lavatorio de los pies practicado por Jesús después de cenar es uno de los aspectos más intrigantes del relato de la última cena.
Esta acción de Jesús suscita tres problemas: 1) ¿Por qué Jesús lava los pies de sus discípulos y no las manos, y por qué lo hace después y no antes de la cena? 2) ¿Por qué les seca los pies con una toalla? 3) ¿Qué significado entraña el hecho de quitarse el manto, ciñéndose en su lugar una simple toalla?
1) ¿POR QUE JESÚS LAVO SOLAMENTE LOS PIES DE SUS DISCÍPULOS? El versículo de Juan, "se levantó de la mesa", indica que el lavatorio tuvo lugar después de la comida. En el Medio Oriente la costumbre era lavar los pies antes de comer. Este acto (como se especifica en los vs. 12 ss) pretende ser una lección de humildad: ante el altercado de los apóstoles sobre quién era el mayor (Lc. 22, 24), Jesús les enseña la dignidad del servicio y del ministerio. La lección es corroborada con la acción, según se narra en /Lc/22/27: "Porque, ¿quién es mayor, el que está en la mesa o el que sirve? ¿no es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve". Corremos el riesgo de no apreciar la total significación del gesto de Jesús si no hacemos referencia a la práctica farisea.
Los textos fariseos tratan amplia y minuciosamente la relación maestro-discípulo y detallan las obligaciones y servicios de los discípulos para con sus maestros. Obligaciones que en ocasiones llegaban a servicios íntimos. El maestro tenía derecho a disponer del discípulo para todos los servicios propios de un esclavo, excepto "pedir ser descalzado". De este modo no resultaba extraña la sorpresa de Pedro: "¿Lavarme tú a mí los pies?" (v. 6). Jesús, al lavar los pies de sus discípulos, invierte los moldes clásicos de la relación maestro-discípulo y ejecuta una acción de humildad sin precedentes para la mentalidad de entonces. ¡Tan degradante parecía a los ojos de los fariseos de entonces que excluyen tal acción del "código" de obligaciones del discípulo!
2) ¿POR QUE SE CIÑO UNA TOALLA/J? El gesto de Jesús narrado por Juan no requería "ceñirse" una toalla. Para comprender este gesto simbólico de Jesús debemos remontarnos a la antigua tradición del "cinturón de lucha" que aparece en el arte y la literatura del antiguo Oriente.
Sin entrar en un análisis detallado de las diversas modalidades de tal tradición, hemos de recordar que el Israel bíblico formaba parte de un ámbito internacional en el que el cinturón de lucha era un símbolo honorífico. Simbolizaba el heroísmo, el arrojo, el orgullo, la dignidad, aun cuando, con el correr de los tiempos, la armadura de los guerreros fue modificada y modernizada con nuevos elementos. El arte pagano y los mitos presentan a los dioses victoriosos ciñéndose el cinturón de lucha y sosteniendo en alto el de sus adversarios.
Este simbolismo del cinturón en narraciones diplomáticas, jurídicas o religiosas del Antiguo Testamento permite comprender toda la significación del gesto de Jesús al ceñirse durante el lavatorio de los pies. El mismo Nuevo Testamento abunda en alusiones a ceñirse el cinturón. 1 Pe. 1, 13 dice: "Por tanto, ceñíos los lomos de vuestro espíritu, sed sobrios, poned toda vuestra esperanza en la gracia que se os procurará mediante la revelación de Jesús". El Apocalipsis describe a los agentes de la ira divina y de la retribución ciñéndose el cinturón.
En Lc/12/35/37 ("tened los lomos ceñidos y vuestras lámparas encendidas") se exhorta a estar alerta. Cuando vuelva el Señor, se ceñirá, protegerá a sus siervos fieles y los servirá: "Dichosos los siervos que el Señor, al venir, los encuentre despiertos: yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y los servirá" (v. 37).
Pero la acción de "ceñirse" en el lavatorio de los pies tiene ya un sentido espiritual; el ceñirse para la lucha material se ha transformado en ceñirse para la lucha espiritual. En Ef/06/10 aparece claramente este cambio semántico: "Por los demás, fortaleceos en el Señor y en la fuerza de su poder. Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las asechanzas del diablo. Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades... ¡En pie, pues: ceñida vuestra cintura con la verdad y revestíos de la justicia como coraza!". Ef. 6, 10 evoca la visión de Isaías sobre el reino perfecto: "Justicia será el ceñidor de su cintura, verdad el cinturón de sus flancos" (Is. 11, 5). Ambos textos cambian el cinturón físico por el cinturón espiritual.
El gesto de Jesús de ceñirse la toalla tiene, pues, más sentido del que aparece a primera vista: significa que la fuerza espiritual ha reemplazado a la fuerza bruta. La humillación de Jesús al lavar los pies se une al propósito de combatir, de llevar a cabo victoriosamente su misión divina. Una humilde toalla ha sustituido al violento cinturón de lucha, una toalla que simboliza la disposición de Jesús a combatir.
3) ¿QUE SIGNIFICADO ENTRAÑA EL HECHO DE QUITARSE EL MANTO? La independencia con que Jesús realizó el lavatorio de los pies se refleja en el hecho de que él mismo se ciñó, sin la ayuda de otro. Ceñirse uno mismo significa confianza e independencia; ser ceñido es indicio de dependencia. Jn. 21, 18 lo dice: "En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieres". Los exégetas interpretan equivocadamente el motivo por el que Jesús se despojó de su manto y se ciñó una toalla. Su comentario corriente es parecido a éste: "Habiéndose despojado de su manto, se quedó con sólo la túnica, se ciñó una toalla y, a la manera de un esclavo, les lavó los pies... Esta historia revela cuán grande fue para los discípulos la condescendencia de Jesús al lavarles los pies". Esta interpretación tergiversa el gesto de Jesús.
Jesús quería, con el hecho de lavar los pies, dar una lección de humildad, mientras que, con el cambio de vestimenta y con la actitud de ceñirse la toalla a modo de cinturón quería simbolizar que se preparaba para morir.
Jesús, consciente del ambiente hostil que le rodea (v. 4) se dispone a la lucha cambiando el vestido, ciñéndose. La hostilidad está a su lado: "El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará".
En el lavatorio de la última cena sobresalen dos puntos. El primero es la abnegación, la humillación radical de Jesús al lavar los pies a los discípulos: lo contrario de lo que hacían los rabbís. El segundo es la disposición de Jesús a afrontar la lucha que se avecina: en lugar de evadir "su hora", se despoja del manto y se ciñe la toalla, se dispone no al combate físico, sino a la lucha espiritual de su acción, de su sacrificio. El héroe del espíritu se ciñe para la llegada de "su hora".
Los que crean que esta interpretación es rebuscada deben recordar que Juan acostumbra a usar el lenguaje de los símbolos y que constantemente da a sus palabras un doble sentido.
Fuente: Mercaba

domingo, 24 de marzo de 2013

Homilía del Papa Francisco en Ramos


1. Jesús entra en Jerusalén. La muchedumbre de los discípulos lo acompañan festivamente, se extienden los mantos ante él, se habla de los prodigios que ha hecho, se eleva un grito de alabanza: «¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto» (Lc 19,38).

 Gentío, fiesta, alabanza, bendición, paz. Se respira un clima de alegría. Jesús ha despertado en el corazón tantas esperanzas, sobre todo entre la gente humilde, simple, pobre, olvidada, esa que no cuenta a los ojos del mundo. Él ha sabido comprender las miserias humanas, ha mostrado el rostro de misericordia de Dios y se ha inclinado para curar el cuerpo y el alma.

 Este es Jesús. Este es su corazón atento a todos nosotros, que ve nuestras debilidades, nuestros pecados. El amor de Jesús es grande. Y, así, entra en Jerusalén con este amor, y nos mira a todos nosotros.  Es una bella escena, llena de luz – la luz del amor de Jesús, de su corazón –, de alegría, de fiesta.
Al comienzo de la Misa, también nosotros la hemos repetido. Hemos agitado nuestras palmas. También nosotros hemos acogido al Señor; también nosotros hemos expresado la alegría de acompañarlo, de saber que nos es cercano, presente en nosotros y en medio de nosotros como un amigo, como un hermano, también como rey, es decir, como faro luminoso de nuestra vida.

 Jesús es Dios, pero se ha abajado a caminar con nosotros. Es nuestro amigo, nuestro hermano. El que nos ilumina en nuestro camino. Y así lo hemos acogido hoy. Y esta es la primera palabra que quisiera deciros: alegría. No seáis nunca hombres y mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo. Nunca os dejéis vencer por el desánimo. Nuestra alegría no es algo que nace de tener tantas cosas, sino de haber encontrado a una persona, Jesús; que está entre nosotros; nace del saber que, con él, nunca estamos solos, incluso en los momentos difíciles, aun cuando el camino de la vida tropieza con problemas y obstáculos que parecen insuperables, y ¡hay tantos!
 Y en este momento viene el enemigo, viene el diablo, tantas veces disfrazado de ángel, e insidiosamente nos dice su palabra. No le escuchéis. Sigamos a Jesús. Nosotros acompañamos, seguimos a Jesús, pero sobre todo sabemos que él nos acompaña y nos carga sobre sus hombros: en esto reside nuestra alegría, la esperanza que hemos de llevar en este mundo nuestro. Y, por favor, no os dejéis robar la esperanza, no dejéis robar la esperanza. Esa que nos da Jesús.
 2. Segunda palabra: ¿Por qué Jesús entra en Jerusalén? O, tal vez mejor, ¿cómo entra Jesús en Jerusalén? La multitud lo aclama como rey. Y él no se opone, no la hace callar (cf. Lc 19,39-40). Pero, ¿qué tipo de rey es Jesús?

Mirémoslo: montado en un pollino, no tiene una corte que lo sigue, no está rodeado por un ejército, símbolo de fuerza. Quien lo acoge es gente humilde, sencilla, que tiene el sentido de ver en Jesús algo más; tiene ese sentido de la fe, que dice: Éste es el Salvador. Jesús no entra en la Ciudad Santa para recibir los honores reservados a los reyes de la tierra, a quien tiene poder, a quien domina; entra para ser azotado, insultado y ultrajado, como anuncia Isaías en la Primera Lectura (cf. Is 50,6); entra para recibir una corona de espinas, una caña, un manto de púrpura: su realeza será objeto de burla; entra para subir al Calvario cargando un madero.

Y, entonces, he aquí la segunda palabra: cruz. Jesús entra en Jerusalén para morir en la cruz. Y es precisamente aquí donde resplandece su ser rey según Dios: su trono regio es el madero de la cruz. Pienso en lo que decía Benedicto XVI a los Cardenales: Vosotros sois príncipes, pero de un rey crucificado. Ese es trono de Jesús. Jesús toma sobre sí... ¿Por qué la cruz? Porque Jesús toma sobre sí el mal, la suciedad, el pecado del mundo, también el nuestro, el de todos nosotros, y lo lava, lo lava con su sangre, con la misericordia, con el amor de Dios.

 Miremos a nuestro alrededor: ¡cuántas heridas inflige el mal a la humanidad! Guerras, violencias, conflictos económicos que se abaten sobre los más débiles, la sed de dinero, que nadie puede llevárselo consigo, lo debe dejar. Mi abuela nos decía a los niños: El sudario no tiene bolsillos. Amor al dinero, al poder, la corrupción, las divisiones, los crímenes contra la vida humana y contra la creación. Y también –cada uno lo sabe y lo conoce– nuestros pecados personales: las faltas de amor y de respeto a Dios, al prójimo y a toda la creación.
Y Jesús en la cruz siente todo el peso del mal, y con la fuerza del amor de Dios lo vence, lo derrota en su resurrección. Este es el bien que Jesús nos hace a todos en el trono de la cruz. La cruz de Cristo, abrazada con amor, nunca conduce a la tristeza, sino a la alegría, a la alegría de ser salvados y de hacer un poquito eso que ha hecho él aquel día de su muerte.

 3. Hoy están en esta plaza tantos jóvenes: desde hace 28 años, el Domingo de Ramos es la Jornada de la Juventud. Y esta es la tercera palabra: jóvenes. Queridos jóvenes, os he visto en la procesión cuando entrabais; os imagino haciendo fiesta en torno a Jesús, agitando ramos de olivo; os imagino mientras aclamáis su nombre y expresáis la alegría de estar con él.
 Vosotros tenéis una parte importante en la celebración de la fe. Nos traéis la alegría de la fe y nos decís que tenemos que vivir la fe con un corazón joven, siempre: un corazón joven incluso a los setenta, ochenta años. Corazón joven. Con Cristo el corazón nunca envejece. Pero todos sabemos, y vosotros lo sabéis bien, que el Rey a quien seguimos y nos acompaña es un Rey muy especial: es un Rey que ama hasta la cruz y que nos enseña a servir, a amar.

 Y vosotros no os avergonzáis de su cruz. Más aún, la abrazáis porque habéis comprendido que la verdadera alegría está en el don de sí mismo, en el don de sí, en salir de uno mismo, y en que él ha triunfado sobre el mal con el amor de Dios. Lleváis la cruz peregrina a través de todos los continentes, por las vías del mundo. La lleváis respondiendo a la invitación de Jesús: «Id y haced discípulos de todos los pueblos» (Mt 28,19), que es el tema de la Jornada Mundial de la Juventud de este año. La lleváis para decir a todos que, en la cruz, Jesús ha derribado el muro de la enemistad, que separa a los hombres y a los pueblos, y ha traído la reconciliación y la paz. Queridos amigos, también yo me pongo en camino con vosotros, desde hoy, sobre las huellas del beato Juan Pablo II y Benedicto XVI. Ahora estamos ya cerca de la próxima etapa de esta gran peregrinación de la cruz de Cristo. Aguardo con alegría el próximo mes de julio, en Río de Janeiro.
Os doy cita en aquella gran ciudad de Brasil. Preparaos bien, sobre todo espiritualmente en vuestras comunidades, para que este encuentro sea un signo de fe para el mundo entero. Los jóvenes deben decir al mundo: Es bueno seguir a Jesús; es bueno ir con Jesús; es bueno el mensaje de Jesús; es bueno salir de uno mismo, a las periferias del mundo y de la existencia, para llevar a Jesús. Tres palabras: alegría, cruz, jóvenes.

 Pidamos la intercesión de la Virgen María. Ella nos enseña el gozo del encuentro con Cristo, el amor con el que debemos mirarlo al pie de la cruz, el entusiasmo del corazón joven con el que hemos de seguirlo en esta Semana Santa y durante toda nuestra vida. Que así sea

sábado, 16 de marzo de 2013

Pinceladas del Papa Francisco


-Algunos no sabían por qué el Obispo de Roma ha querido llamarse Francisco. Algunos pensaban en Francisco Javier, en Francisco de Sales,  en Francisco de Asís.  En la elección, estaba junto a mí el arzobispo emérito de São Paulo y también prefecto emérito de la Congregación para el Clero, el cardenal Claudio Hummes: ¡un gran amigo, un gran amigo! Cuando la cosa se hizo un poco peligrosa, él me confortaba.

Y cuando los votos subieron hasta dos tercios, vino el aplauso de costumbre, porque había sido elegido el papa. Y él me abrazó, me besó y me dijo: “¡No te olvides de los pobres!” Y esa palabra entró aquí (señala la cabeza -ndr): los pobres, los pobres. Luego, inmediatamente, en relación con los pobres pensé en Francisco de Asís. Después pensé en las guerras, mientras que el escrutinio continuaba, hasta llegar a todos los votos. Y Francisco es el hombre de la paz. Y así nació el nombre en mi corazón: Francisco de Asís. Es para mí el hombre de la pobreza, el hombre de la paz, un hombre que ama y cuida la creación; en este tiempo no tenemos una relación tan buena con la creación, ¿verdad? Es el hombre que nos da este espíritu de paz, el hombre pobre... ¡Ah, cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!

-“Hagan una oración sobre mí”: desde el inicio nos pide oración. Este es el camino de la Iglesia, en oración, en un silencio que pidió para que todos oraran por él. Solamente se puede realizar la misión de la Iglesia con el sustento de la oración, con la fortaleza que solo da una vida espiritualidad con coherencia de vida.

-Un  joven portero de la casa general de la Compañía de Jesús en Roma nunca esperó recibir una llamada telefónica del Papa Francisco, quien con paciencia y cariño debió convencerlo de su identidad para poder hablar con el superior general de los jesuitas y agradecerle la hermosa carta que le envió en la víspera.

"El portero respondió al teléfono. (Buenos días, soy el Papa Francisco, quisiera hablar con el Padre General)". "El portero casi le responde: ´y yo soy Napoleón´, pero se contuvo. Le respondió secamente: ¿De parte de quién? El Papa entendió que el joven portero italiano no le cree y le repite dulcemente: No, de verdad, soy el Papa Francisco, ¿y usted cómo se llama?"

"A esa altura el portero responde con voz titubeante, dándose cuenta de su error y casi desvaneciéndose: ‘Me llamo Andrés’. El Papa: ‘¿cómo estás, Andrés?’ Respuesta: ‘yo bien, disculpe, sólo un poco confundido’. El Papa le dice: ‘No te preocupes, por favor comunícame con el Padre General, quisiera agradecerle por la hermosa carta que me ha escrito’. El portero: ‘Disculpe, Su Santidad, lo voy a comunicar. El Papa: No, no hay problema; yo espero lo que sea necesario’".

-La doctora Enza Burti, explicó que el Papa Francisco llegó por sorpresa y charló con su amigo, el Cardenal Mejía y los otros tres enfermos que se encontraban en la misma sala del centro de salud. Una de las religiosas que oró junto al Papa, explicó que fue "una sorpresa y una gran emoción que no esperábamos para nada. Una impresión de gran pastor, de mucha sencillez, muy acogedora y muy llana".

Una religiosa, señaló que han acompañado el rezo del Papa Francisco con el canto en lengua española del "Pescador de hombres", y "luego abandonó la capilla con una gran sonrisa", refirió. Finalmente, el Papa ha dejado el edificio entre una gran ovación, llena de vivas y aplausos. "Rezad por mi nuevo servicio a la Iglesia", fueron sus últimas palabras.

-El Papa Francisco se dirigió al hospedaje donde se alojó los días previos al Cónclave y pagó la cuenta de su estadía pese a que los encargados no querían recibir el dinero. Los administradores de la Casa Pablo VI para sacerdotes no querían recibir el dinero pero el Papa Francisco insistió hasta que lo aceptaron. "Es lo justo", les dijo.

En la residencia el Papa Francisco "saludó a todas las personas, a los dependientes, a los que preparan las habitaciones y a otros que conocía por su nombre. Esto nos ha impresionado verdaderamente". "Este sentido de cercanía, de humildad, de calor humano, de acoger a todos es una cosa que nos ha impresionado a todos muy positivamente y estoy seguro que será una de las características de su pontificado".

Fuentes: Zenit, ACI prensa

miércoles, 13 de marzo de 2013

Biografía del Papa Francisco


El cardenal Jorge Mario Bergoglio, S.J., arzobispo de Buenos Aires (Argentina), ordinario para los fieles de rito oriental residentes en la Argentina que no disponen de ordinario de rito propio, nació en Buenos Aires el 17 de diciembre de 1936. Estudió y se diplomó como técnico químico, pero después optó por el sacerdocio e ingresó en el Seminario de Villa Devoto. El 11 de marzo de 1958 pasó al Noviciado de la Compañía de Jesús; cursó estudios humanísticos en Chile, y en 1963, de regreso a Buenos Aires, se licenció en Filosofía en la Facultad de Filosofía del Colegio Máximo San José, de San Miguel.
 Entre 1964 y 1965 fue profesor de Literatura y de Psicología en el Colegio de la Inmaculada de Santa Fe, y en 1966 enseñó dichas materias en el Colegio del Salvador de Buenos Aires. Desde 1967 hasta 1970 estudió Teología en la Facultad de Teología del Colegio Máximo San José, de San Miguel, en el que se licenció. Perdió un pulmón debido a una enfermedad respiratoria y goza de muy buena salud, gracias a la vida austera y rigurosa que siempre ha observado. A los 33 años fue ordenado sacerdote, el 13 de diciembre de 1969.

Es autor de los libros: Meditaciones para religiosos (1982), Reflexiones sobre la vida apostólica (1986) y Reflexiones de esperanza (1992). Desde noviembre de 2005 hasta noviembre de 2011 fue presidente de la Conferencia Jorge Mario Bergoglio, desde ahora el Papa Francisco, es un hombre sencillo, austero, de perfil bajo pero enérgica prédica, valiente defensor de la vida desde la concepción hasta la muerte natural, amante de la música, la literatura y como buen argentino, del fútbol.
El Cardenal Bergoglio es conocido en su país por llevar una vida muy austera. Vivía solo en un departamento sencillo, en el segundo piso del edificio de la Curia, al lado de la Catedral, y fue un enérgico defensor de los argentinos durante la crisis económica y social que en el año 2001 derivó en la renuncia de Fernando de la Rúa. Se sabe que suele cuidar personalmente a sacerdotes ancianos y enfermos de la diócesis de Buenos Aires e incluso ha pasado noches enteras ofreciendo asistencia en los hospitales de su ciudad.

Siempre trató de mantenerse alejado de las cámaras y conservar un perfil bajo, en Buenos Aires viajaba en transporte público  -metro (tren subterráneo) y autobuses- como cualquier sacerdote, siempre vistiendo sotana. Con frecuencia confesaba en la Catedral de Buenos Aires como un presbítero más, y ha tratado de no tener una gran exposición en los medios de comunicación.
Es miembro:

-de las Congregaciones: para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos; para el Clero; para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica;
- del Pontificio Consejo para la Familia;

- de la Pontificia Comisión para América Latina.
 El Papa Francisco es el primer Papa de América, el primer hispanohablante, el primer jesuita en ser Pontífice y el primero en elegir el nombre del santo de Asís y del gran evangelizador de la Compañía de Jesús, San Francisco Javier. Episcopal Argentina.

(Original italiano procedente del archivo informático de la Santa Sede; traducción de ECCLESIA).

martes, 12 de marzo de 2013

Los Cardenales a votar y todos a orar

Hay tres momentos muy delimitados donde intervienen directamente los cardenales electores. A saber, una es la ‘pre-votación’, le sigue la 'votación' misma, para completar luego el proceso con la ‘post-votación’.
Para esta 'votación' y las que seguirán, han tenido que elegir tres ‘escrutadores’, tres ‘enfermeros’ y tres ‘revisores’. Antes de explicar los otros dos, diremos que quizás los enfermeros tuvieron la alta responsabilidad de ir con una urna hasta las habitaciones de aquellos cardenales que estén enfermos, e impedidos de llegar hasta la Capilla Sixtina. Allí escuchan su juramento, para luego traer al recinto del Cónclave los votos recogidos –-incluso escrito por los mismos ‘enfermeros’ u otro cardenal escogió por el enfermo, si este está incapacitado de hacerlo.
En el caso de los ‘escrutadores’, estos fueron elegidos entre los presentes (si sale uno que está enfermo, se sortea nuevamente) y tienen la delicada tarea de asegurar el buen procedimiento de la votación. Por lo tanto deben coordinar para que los cardenales reciban las suficientes papeletas en blanco, para lo cual serán asistidos por los cerimonieri pontificios. Estos últimos dejarán luego a los electores solos, quien podrán así juramentar y votar en secreto, con libertad y transparencia.
Se añade a este momento, la advertencia a toda el aula para que distorsionen lo más posible su grafía, a fin de que –-como dice la norma--, nunca pueda reconocerse quién votó por quién...
Cada cardenal –-en orden de precedencia (obispos, presbíteros y diáconos)--, se acercó con su voto doblado y a vista de todos, lo depositó en la urna, previo juramento ante Cristo en el que afirmaba “dar su voto a quien considera que debe ser elegido”. Así prosigue el proceso hasta que todos hayan depositado su voto, incluidos aquellos de los enfermos, si los hubo.
Uno de los 'escrutadores' mezcló los votos y luego los extrajo para contarlos, pues antes de leer su contenido, tiene que confirmarse que el número coincida con el número de electores. Dice la norma que si esto no fuera así, se deben quemar todos los papeles y proceder a una nueva votación.
Digamos que sí coincidieron, así es que sigamos para adelante. Es entonces el momento de que el primero de los ‘escrutadores’ extrae uno a uno los votos, los lee en silencio, para pasarlos a la vez al segundo ‘escrutador’, quien habiéndolos leído los pasa al tercero.
Este último tiene la función de leerlo ahora sí en voz alta y lo anota en una hoja preparada para tal fin. Tiene que hacer a la vez malabares, porque debe “coser” los votos y luego anudar el manojo, a fin de que "se conserven mejor", dice la norma.
Es importante saber que cada cardenal elector encuentra sobre la mesa, una hoja para llevar su propio conteo, la cual tendrá que devolver al final de la votación para que se queme con los demás papeles. Como se ve, todo queda en casa…
¿Y hay votos nulos? La norma califica así a aquellos votos que vienen con más de un nombre escrito o cuando los ‘escrutadores’ encuentran dos votos pegados de la misma persona con nombres diferentes. Pero si en ambos votos "pegados", está escrito el mismo nombre, este es válido como un solo voto.
Si todo salió bien, entonces se pasó a la tercera, la 'post-votación', donde entrarán a tallar también los 'revisores'.
En la última fase de la 'post-votación', los escrutadores sumaron todos los votos que cada uno de los papables obtuvo. Pero (siempre hay un pero), en el conteo de votos ningún cardenal obtuvo dos tercios de los votos…, lo que hicieron constar como tal. Ni los demás electores pudieron estar seguros de nada, hasta que se supieran las cifras oficiales; aún así lo hubieran llevado escrito en las hojitas famosas...
Esto debido a que solo se puede cantar victoria –o no--, cuando los 'revisores' dan su última palabra. Y la dieron esta vez, y lo vimos todos a través de las “señales de humo”: non habemus papam.
Fueron los mismos escrutadores, quienes apoyados en el secretario del Colegio Cardenalicio y de los cerimonieri --llamados para tal fin--, los que procedieron a quemar los votos y demás papeles relacionados con la primera votación.
Como ha reseñado el padre Lombardi, portavoz vaticano, para obtener el humo blanco o negro, hoy se le añade unas gotas de algún material químico no especificado. Osea, otro “secreto bien guardado”...
¿Acaso podrán votar sin límite...?
La norma ha previsto esto, es decir sobre la posibilidad de que los cardenales electores no encuentren un papa a quien darle la confianza.  
Es claro lo que se dice, en el sentido de que si por tres días no llegan a elegir a un papa, el Cónclave debe suspenderse por un día para dedicarlo a la oración y al libre intercambio de opiniones entre los cardenales; estos escucharán también una breve exhortación espiritual del cardenal que sea el primero en el orden de los Diáconos.
Si al volver a votar, no obtuviera ninguno la mayoría después de siete escrutinios, se procederá a lo mismo, salvo que la exhortación la hará esta vez el cardenal que sea el primero en el orden de los Presbíteros. Y aunque nadie lo quisiera, pero si pasan otras siete votaciones y no hay nada, tendrán que conversar entre ellos de nuevo, rezar un poco más y esta vez escuchar al mayor de todos en precedencia, es decir al cardenal que sea el primero en el orden de los Obispos.
El primer día han votado, porque la mayoría lo vio conveniente, pues la norma deja entrever que es algo opcional... Vimos todos que salió una “fumata” negra, así es que no eligieron al pontífice.
Los Cardenales a votar y todos a orar
Fuente: ZENIT
                   CARTA APOSTÓLICA EN FORMA DE MOTU PROPRIO NORMAS NONNULLAS
                   DEL SUMO PONTÍFICE BENEDICTO XVI SOBRE ALGUNAS MODIFICACIONES DE LAS NORMAS RELATIVAS               Normas Nonnullas al dedillo…

viernes, 8 de marzo de 2013

La elección del Papa es de toda la Iglesia


La oración de los fieles católicos y de la Iglesia entera se eleva durante el cónclave para elegir al Sucesor de Pedro.

 La responsabilidad de elegir al Sumo Pontífice le toca directamente a los cardenales electores, pero toda la Iglesia, todos los católicos, tenemos la grave obligación de encomendar constantemente a los electores al Espíritu Santo durante el tiempo en que se desarrolle el cónclave.

 Es un deber de hijos de Dios pues también somos Iglesia. La fidelidad al Papa se demuestra también, y con mayor razón, durante el proceso de elección del Sucesor de Pedro. Encomendar a los cardenales electores es muestra del amor a la Iglesia y de nuestro compromiso y fidelidad como católicos.

Detalles del  cónclave

 En la mañana del día fijado para el comienzo del cónclave, reunidos en la Basílica de San Pedro, los cardenales electores celebran la Misa votiva Pro eligendo Papa. Por la tarde, los electores acuden en procesión a la Capilla Sixtina.

 El cardenal camarlengo, ayudado desde fuera de la Capilla por el sustituto de la Secretaría de Estado, vigila que la elección se desenvuelva bajo las normas de reserva y discreción previstas.

 Antes de la promulgación de la Universi Dominici Gregis había tres modos de elección del Romano Pontífice: per acclamationem seu inspirationem (por aclamación o inspiración), per compromissum (por compromiso) y per scrutinium (por escrutinio).

La elección por escrutinio, el único modo actualmente válido, tiene lugar a través de la votación, individual y secreta, de los Cardenales electores. Está prescrito que se deben realizar dos votaciones cada día, además de una votación la tarde en que comienza el cónclave. Para que sea válida la elección debe contar con dos tercios de los votos.

Para la elección del nuevo Papa, el cardenal elegido debe haber recibido un mínimo de 77 votos de los 115 posibles, según recordó esta mañana el Director de la Sala de Prensa de la Santa Sede.

 Respondiendo a una pregunta de los periodistas en la conferencia de prensa de esta mañana, el sacerdote jesuita explicó que el nuevo Papa deberá obtener dos tercios de los votos posibles, es decir, por lo menos 77 votos.

 Las congregaciones generales, los cardenales procederán al sorteo de los cuartos para cada uno en la Casa Santa Marta. Durante el tiempo que dure el Cónclave los cardenales podrán confesarse cuando así lo deseen. El artículo 74 prevé que, si después de 24 escrutinios los Cardenales no consiguen ponerse de acuerdo sobre el Cardenal elegido, podrán decidir por mayoría absoluta el modo de proceder, pero nunca se deberá prescindir del requisito de exigir mayoría simple para que sea válida la elección.

 Después de cada elección se queman las papeletas. La tradición indica que los Cardenales provoquen con paja seca o húmeda que el humo sea negro, si no se ha elegido al Papa, o blanco si se ha elegido al nuevo Romano Pontífice: es la conocida fumata negra o fumata blanca, que suele ver el pueblo romano desde la plaza de San Pedro.

 La legislación canónica no impone requisitos para ser elegido Papa: por lo tanto, se deben considerar requisitos los propios del derecho divino para ser Obispo, es decir, ser varón con pleno uso de razón. En la práctica, sin embargo, desde hace muchos siglos el elegido ha sido siempre Cardenal.

 Una vez elegido, el Cardenal Decano pregunta al elegido si acepta su elección canónica como Sumo Pontífice. Si el elegido que es Obispo acepta, desde ese momento adquiere de hecho la plena y suprema potestad sobre la Iglesia universal. Una vez que ha aceptado, le pregunta el nombre por el que quiere ser llamado. Si el elegido no es Obispo, se procede inmediatamente a su ordenación episcopal.

 Los Cardenales a continuación le rinden homenaje y le prestan obediencia. Después el primero de los Cardenales Diáconos -es decir, el Cardenal Protodiácono- anuncia desde el balcón de la Basílica Vaticana al pueblo reunido en la plaza de San Pedro la elección del nuevo Papa, usando la tradicional fórmula: “Nuntio vobis gaudium magnum: habemus Papam!”. El Romano Pontífice imparte la bendición Urbi et Orbi.

 De acuerdo con el artículo 90, si el elegido se encuentra fuera de la Ciudad del Vaticano, “deben observarse las normas del mencionado Ordo rituum Conclavis”

El artículo 92 indica que “el Pontífice, después de la solemne ceremonia de inauguración del pontificado y dentro de un tiempo conveniente, tomará posesión de la Patriarcal Archibasílica Lateranense, según el rito establecido”.

Fuentes: Encuenra.com
                 ACI Prensa