El primer anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, igual que el anuncio de la pasión los escandalizó: "Es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?' (Jn 6,60). La Eucaristía y la cruz son piedras de tropiezo... "¿También ustedes quieren marcharse?" (Jn 6,67): esta pregunta del Señor resuena a través de las edades, invitación de su amor a descubrir que sólo Él tiene "palabras de vida eterna" (Jn 6,68), y que acoger en la fe el don de su Eucaristía es acogerlo a El mismo" (n. 1336).
Ahora bien, ¿Cuál es la última frase que escuchamos al salir de la Eucaristía?
"Pueden ir en Paz", de donde viene esa expresión.Sobre cualquier traducción se cierne siempre la sombra de alguna pequeña traición, porque traducir no es fácil. En el caso de la despedida de la misa -"Ite, Missa est"- la traducción no ha sido precisamente feliz. De un "id", con la fuerza de un imperativo evangélico (misión, apostolado), se ha pasado a un si lo deseas y desganado subjuntivo -"pueden ir"- interpretado por el pueblo "literalmente" como: "ya podemos ir a hacer lo que queramos, hemos cumplido con nuestro deber".
Así, domingo tras domingo, la misa ha venido devaluándose hasta llegar a ser no más que un paréntesis religioso en lo profano de nuestra vida. La misa ya no es el lugar de encuentro de los que están unidos en el amor, no es la posibilidad de esclarecer nuestras vidas con la luz de la palabra de Dios, no es alimento y refuerzo de nuestra debilidad para cumplir el mandato de Cristo de ir al mundo entero a anunciar la Buena Noticia. La misa es, en muchas ocasiones, un slogan de los católicos (¡somos católicos! ¡Vamos a misa!), con la que intentamos eludir, o en el mejor de los casos, amortizar nuestro compromiso cristiano (y así no hacer lo que Cristo espera de nosotros). La misa se ha convertido en una trampa legal para "querer cumplir con Dios", sin querer cumplir lo que Dios manda.
Vamos a misa, es decir, ponemos la mano en el arado. Pero volvemos la vista atrás, es decir, después de acabada la celebración litúrgica volvemos a las andadas. Y así abandonamos a Cristo, porque abandonamos la causa de Cristo. ¡Cuántas veces el hecho de abandonar el templo es la señal de abandonar a Cristo, de dejarlo solo! ¿También ustedes -nos dice hoy Jesús- se quieren machar? Y la respuesta hay que darla no sólo con palabras -¿adónde iremos?- ni siquiera con el gesto -hemos venido a misa- sino con las obras. Terminada la misa, hay que reemprender, con más coraje, la misión en el mundo. Podemos ir en paz a cumplir la misión en el mundo, a continuar la obra liberadora de nuestro Señor. Pero no podemos ir en paz a seguir sin hacer nada, como antes.
Fuente: EUCARISTÍA 1973/50