Con el ''signo'' de las Bodas de Caná, Jesús se revela
como el Esposo mesiánico
Reflexión de Benedicto XVI durante el Ángelus
Por Benedicto XVI
¡Queridos hermanos y hermanas!
Hoy la liturgia nos propone el pasaje evangélico de las bodas de Caná, un
episodio narrado por Juan, testigo presencial de los hechos. Este episodio se
ha colocado en este domingo inmediatamente posterior al tiempo de Navidad, ya
que, junto con la visita de los Magos de Oriente y con el Bautismo de Jesús,
forman la trilogía de la epifanía, es decir, de la manifestación de Cristo.
Los de las bodas de Caná es, por así decirlo, "el comienzo de los
signos" (Jn. 2,11), o sea el primer milagro realizado por Jesús, con el
cual Él manifestó en público su gloria, provocando la fe de sus discípulos.
Recordemos brevemente lo que sucedió durante la fiesta de las bodas en Caná de
Galilea. Sucedió que el vino se agotó, y María, la Madre de Jesús, se lo hizo
notar a su Hijo. Él le respondió que aún no era su tiempo; pero luego atendió
la solicitud de María, e hizo llenar con agua seis tinajas grandes, y convirtió
el agua en vino, un vino excelente, mejor que el anterior.
Con este "signo", Jesús se revela como el Esposo mesiánico, que
vino a establecer con su pueblo la nueva y eterna Alianza, según las palabras
de los profetas: "Como se regocija el novio por la novia, así tu Dios se
regocijará por ti" (Is. 62, 5). Y el vino es símbolo de esta alegría del
amor; pero también alude a la sangre que Jesús derramará al final, para sellar
su pacto nupcial con la humanidad.
La Iglesia es la esposa de Cristo, el cual la hace santa y hermosa con su
gracia. Aún esta esposa, formada por seres humanos, está siempre necesitada de
purificación. Y una de las culpas más graves que desfiguran el rostro de la
Iglesia es aquella contra la unidad visible, en particular las divisiones
históricas que han separado a los cristianos y que aún no han sido superadas.
Justo esta semana, de 18 al 25 de enero, se celebra la Semana de Oración
por la Unidad de los Cristianos, un momento siempre grato a los creyentes y a
las comunidades, que despierta en todos, el deseo y el compromiso espiritual
por la plena comunión. En tal sentido, fue muy significativa la vigilia que
pude celebrar hace un mes en esta Plaza, con miles de jóvenes de toda Europa, y
con la comunidad ecuménica de Taizé: un momento de gracia en el que
experimentamos la belleza de formar en Cristo una sola cosa.
Animo a todos a orar juntos para que podamos alcanzar "Lo que espera
el Señor de nosotros" (cf. Mi. 6,6-8), como se llama este año el tema de
la Semana; un tema propuesto por algunas comunidades cristianas de la India,
que invitan a caminar con determinación hacia la unidad visible de todos los
cristianos y de superar, como hermanos en Cristo, todo tipo de discriminación
injusta. El próximo viernes, después de estos días de oración, presidiré las
Vísperas en la Basílica de San Pablo Extramuros, en presencia de los
representantes de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales.
Queridos amigos, a la oración por la unidad de los cristianos añadiría una
vez más, aquella por la paz, para que, en los diferentes conflictos por desgracia
activos, se detengan las masacres de civiles desarmados, y se ponga fin a toda
violencia, y se encuentre el valor del diálogo y de las negociaciones.
Para ambos propósitos, invocamos la intercesión de María, mediadora de
gracia.