Sacratísimo Corazón de Jesús .
Este culto se basa en el pedido del mismo Jesucristo en sus apariciones
a Santa Margarita María de Alacoque. Él se mostró a ella y señalando, con el
dedo, el corazón, dijo: “Mira este corazón que tanto ha amado a los hombres y a
cambio no recibe de ellos más que ultrajes y desprecio. Tú, al menos ámame”.
Esta revelación sucedió en la segunda mitad del siglo diecisiete.
Cuando Cristo mostró su propio corazón, no hizo más que llamar nuestra atención sobre lo que el cristianismo tiene de más profundo y original; el amor de Dios. El nos dice: ¡Mirad cómo os he amado! ¡Sólo os pido una cosa: que correspondáis a mi amor!
Sufrimos una grave y crónica afección cardíaca, está disminuyendo e incluso muriendo el amor; el corazón se enfría y ya no es capaz de amar ni de sentirse amado. ¿Quién de nosotros no sufre esta enfermedad del tiempo actual? ¿Quién de nosotros no sufre esta falta de amor desinteresado hacia Dios y hacia los demás? ¿Quién de nosotros no se siente cautivo de su propio egoísmo, el cual es el enemigo mortal de cada amor auténtico?
Cuando Cristo mostró su propio corazón, no hizo más que llamar nuestra atención sobre lo que el cristianismo tiene de más profundo y original; el amor de Dios. El nos dice: ¡Mirad cómo os he amado! ¡Sólo os pido una cosa: que correspondáis a mi amor!
Sufrimos una grave y crónica afección cardíaca, está disminuyendo e incluso muriendo el amor; el corazón se enfría y ya no es capaz de amar ni de sentirse amado. ¿Quién de nosotros no sufre esta enfermedad del tiempo actual? ¿Quién de nosotros no sufre esta falta de amor desinteresado hacia Dios y hacia los demás? ¿Quién de nosotros no se siente cautivo de su propio egoísmo, el cual es el enemigo mortal de cada amor auténtico?
Cuántas veces nuestro amor es fragmentario, defectuoso, impersonal, porque no amamos totalmente al otro. Amamos algo en el otro, tal vez un rasgo característico, tal vez un atributo exterior (- su lindo rostro, su peinado, sus movimientos graciosos -) pero no amamos la persona como tal, con todas sus propiedades, con todas sus riquezas y también con todas sus fragilidades.
Tampoco amamos a Dios tal como Él lo espera: “con todo nuestro corazón. Con toda nuestra alma. Con toda nuestra mente y con todas nuestras fuerzas” (Mc 12,30).
Culto de latría
Es el culto que
se dirige directamente a Dios, es superior, absoluto, el culto supremo, es un culto de adoración. Para
comprender mejor, en orden a esta devoción, la fuerza de algunos textos del
Antiguo y del Nuevo Testamento, precisa atender bien al motivo por el cual la
Iglesia tributa al Corazón del Divino Redentor el culto de latría, se funda en
el hecho de que su Corazón, por ser la parte más noble de su naturaleza humana,
está unido hipostáticamente a la Persona del Verbo de Dios, y, por
consiguiente, se le ha de tributar el mismo culto de adoración con que la
Iglesia honra a la Persona del mismo Hijo de Dios encarnado. El otro motivo se
refiere ya de manera especial al Corazón del Divino Redentor, y, por lo mismo,
le confiere un título esencialmente propio para recibir el culto de latría: su
Corazón, más que ningún otro miembro de su Cuerpo, es un signo o símbolo
natural de su inmensa caridad hacia el género humano.
Encíclicas
que sustentan esta Adoración
"ANNUM
SACRUM", ENCÍCLICA DEL PAPA LEÓN XIII
DEL 25 DE MAYO DE 1899
Muchas veces nos hemos esforzado en mantener y poner más a la luz
del día esta forma excelente de piedad que consiste en honrar al Sacratísimo
Corazón de Jesús. Seguimos en esto el ejemplo de Nuestros predecesores
Inocencio XII, Benedicto XIV, Clemente XIII, Pío VI, Pío VII y Pío IX. Esta era
la finalidad especial de Nuestro decreto publicado el 28 de junio del año 1889
y por el que elevamos a rito de primera clase la fiesta del Sagrado Corazón.
Jesucristo ordena no sólo en virtud de un derecho natural y como
Hijo de Dios sino también en virtud de un derecho adquirido. Pues "nos
arrancó del poder de las tinieblas" (Colos. 1:13) y también "se
entregó a si mismo para la Redención de todos" (1 Tim 2:6). No solamente
los católicos y aquellos que han recibido regularmente el bautismo cristiano,
sino todos los hombres y cada uno de ellos, se han convertido para El "en
pueblo adquirido." (1 P 2:9). También san Agustín tiene razón al decir
sobre este punto: "¿Buscáis lo que Jesucristo ha comprado? Ved lo que El
dio y sabréis lo que compró: La sangre de Cristo es el precio de la compra.
¿Qué otro objeto podría tener tal valor? ¿Cuál si no es el mundo entero? ¿Cuál
sino todas las naciones? ¡Por el universo entero Cristo pagó un precio
semejante!" (Tract., XX in Joan.).
Hoy, tenemos aquí otro emblema bendito y divino que se ofrece a
nuestros ojos: Es el Corazón Sacratísimo de Jesús, sobre él que se levanta la
cruz, y que brilla con un magnífico resplandor rodeado de llamas. En él debemos
poner todas nuestras esperanzas; tenemos que pedirle y esperar de él la
salvación de los hombres.
"MISERENTISSIMUS REDEMPTOR", CARTA ENCÍCLICA SOBRE LA EXPIACIÓN QUE TODOS DEBEN AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS, PÍO XI DEL 8 DE MAYO DEL 1928)
Declara: los testimonios de la infinita benignidad de nuestro Redentor resplandece singularmente en el hecho de que, cuando la caridad de los fieles se entibiaba, la caridad de Dios se presentaba para ser honrada con culto especial, y los tesoros de su bondad se descubrieron por aquella forma de devoción con que damos culto al Corazón Sacratísimo de Jesús, «en quien están escondidos todos los tesoros de su sabiduría y de su ciencia» (Col 2, 3).
La expiación o reparación
Si lo primero y principal de la consagración es que al amor del Creador responda el amor de la criatura, sírguese espontáneamente otro deber: el de compensar las injurias de algún modo inferidas al Amor increado, si fue desdeñado con el olvido o ultrajado con la ofensa. A este deber llamamos vulgarmente reparación. Estamos obligados al deber de reparar y expiar: de justicia, en cuanto a la expiación de la ofensa hecha a Dios por nuestras culpas y en cuanto a la reintegración del orden violado; de amor, en cuanto a padecer con Cristo paciente y «saturado de oprobio» y, según nuestra pobreza, ofrecerle algún consuelo.
Expiación de Cristo
Ninguna fuerza creada era suficiente para expiar los crímenes de los hombres si el Hijo de Dios no hubiese tomado la humana naturaleza para repararla. Así lo anunció el mismo Salvador de los hombres por los labios del sagrado Salmista: «Hostia y oblación no quisiste; mas me apropiaste cuerpo. Holocaustos por el pecado no te agradaron; entonces dije: heme aquí» (Heb 10, 5. 7). Y «ciertamente El llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores; herido fue por nuestras iniquidades» (Is 53, 4-5); y «llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero» (1 Pe 2, 24); «borrando la cédula del decreto que nos era contrario, quitándole de en medio y enclavándole en la cruz» (Col 2, 14) «para que muertos al pecado, vivamos a la justicia» (1 Pe 2, 24).
HAURIETIS AQUAS, ENCÍCLICA SOBRE EL CULTO AL
SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. PIO XII DEL 15 DE MAYO DE 1956
El papa define con toda precisión teológica el sentido exacto del culto
al Corazón de Cristo, que «se identifica sustancialmente con el culto al amor
divino y humano del Verbo Encarnado, y también con el culto al amor mismo con
que el Padre y el Espíritu Santo aman a los hombres pecadores». Por eso mismo,
«el culto al Sagrado Corazón se considera, en la práctica, como la más completa
profesión de la religión cristiana» y ha de considerarse «la devoción al
Sagrado Corazón de Jesús como escuela eficacísima de la caridad divina»).
Esta encíclica vincula profundamente el culto al Corazón de Jesús y el culto a la Eucaristía (, aspecto en el
que también Pablo VI insistirá en su carta apostólica Investigabiles divitias .
Conclusión
He aquí, pues, el sentido y la actualidad de nuestra devoción al Sagrado
Corazón de Jesús. A este tan enfermo corazón moderno contraponemos el corazón
de Jesús, movido de un amor palpable y desbordante. Y le pedimos que una
nuestro corazón con el suyo, que lo asemeje al suyo. Le pedimos un intercambio,
un trasplante de nuestro pobre corazón, reemplazándolo por el suyo, lleno de
riqueza. ¡Que tome de nosotros ese
egoísmo tan penetrante, que reseca nuestro corazón y deja inútil e infecunda
nuestra vida! ¡Que encienda en nuestro corazón el fuego del amor, que hace
auténtica y grande nuestra existencia humana!
Debiéramos juntarnos también con la Santísima Virgen María. Ella tiene tan grande el corazón que puede ser Madre de toda la humanidad. ¡Que, con cariñoso corazón maternal, ella nos conduzca en nuestros esfuerzos hacia un amor de verdad, sin egoísmo y sin límites!
Y ciertamente en el culto al Sacratísimo Corazón de Jesús tiene la primacía y la parte principal el espíritu de expiación y reparación; ni hay nada más conforme con el origen, índole, virtud y prácticas propias de esta devoción, como la historia y la tradición, la sagrada liturgia y las actas de los Santos Pontífices confirman. Y para que la devoción al Corazón augustísimo de Jesús produzca mas copiosos frutos de bien en la familia cristiana y aun en toda la humanidad, procuren los fieles unir a ella estrechamente la devoción al Inmaculado Corazón de la Madre de Dios.
Debiéramos juntarnos también con la Santísima Virgen María. Ella tiene tan grande el corazón que puede ser Madre de toda la humanidad. ¡Que, con cariñoso corazón maternal, ella nos conduzca en nuestros esfuerzos hacia un amor de verdad, sin egoísmo y sin límites!
Y ciertamente en el culto al Sacratísimo Corazón de Jesús tiene la primacía y la parte principal el espíritu de expiación y reparación; ni hay nada más conforme con el origen, índole, virtud y prácticas propias de esta devoción, como la historia y la tradición, la sagrada liturgia y las actas de los Santos Pontífices confirman. Y para que la devoción al Corazón augustísimo de Jesús produzca mas copiosos frutos de bien en la familia cristiana y aun en toda la humanidad, procuren los fieles unir a ella estrechamente la devoción al Inmaculado Corazón de la Madre de Dios.
Ha sido voluntad de Dios que en la obra de la Redención humana, la
Santísima Virgen María estuviese inseparablemente unida con Jesucristo; tanto,
que nuestra salvación es fruto de la caridad de Jesucristo y de sus
padecimientos, a los cuales estaban íntimamente unidos el amor y los dolores de
su Madre.
Digamos juntos con Ignacio de Loyola cuya conversión
estuvo marcada por la experiencia de contemplar en la llaga del costado de
Jesús, que es la puerta que da acceso a
su Corazón.
Alma de Cristo Santifícame,
Cuerpo de Cristo Sálvame,
Sangre de Cristo embriágame,
Agua del costado de Cristo, lávame…
Dentro de tus santas llagas, escóndeme.
Fuentes: Enciclopedia BEC
Mercaba
Darío
Taveras msc
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