Hay muchos católicos que no saben o entiende bien qué es eso tan misterioso que llamamos Purgatorio, porque solo lo hemos escuchado de pequeños en la catequesis de primera comunión o confirmación, en casa, en algunas oraciones, etc., es mas, hay algunos que creen que eso era antes y ya lo quitaron.
Vamos en esta primera entrega a consultar muchas fuentes, aun sea en forma breve para establecer criterios concretos y definitivos.
Diferentes religiones
Varias religiones perciben que la vida terrena de una persona no basta para conseguir la perfección definitiva. Ejemplos: En Oriente la doctrina de la rencarnación es expresión de la idea de que hay otra oportunidad. El islam habla de un estado intermedio, barzakh, en el que el bienaventurado puede disfrutar de un anticipo de la gloria que le espera, y el malvado ve los tormentos que habrá de soportar. Se prevén también castigos para los que no responden correctamente a las preguntas de los ángeles.
Las Sagradas Escrituras
En la Biblia se puede percibir elementos que ayudan a comprender el sentido de esta doctrina, aunque no esté enunciada de modo explícito. Sin embargo; expresan la convicción de que no se puede acceder a Dios sin pasar a través de algún tipo de purificación.
Según la ley en el Antiguo Testamento, lo que está destinado a Dios debe ser perfecto. En consecuencia, esto incluye, la integridad física la cual es exigida para los que entran en contacto con Dios en el plano sacrificial, como, por ejemplo, los animales para inmolar (cf. Lv 22, 22), o en el institucional, como en el caso de los sacerdotes, ministros del culto (cf. Lv 21, 17-23). A esta integridad física debe corresponder una entrega total, tanto de las personas como de la colectividad (cf. 1 R 8, 61), al Dios de la alianza de acuerdo con las grandes enseñanzas del Deuteronomio (cf. Dt 6, 5). Se trata de amar a Dios con todo el ser, con pureza de corazón y con el testimonio de las obras (cf. Dt 10, 12 s).
Esta misma integridad en vida se exige después de la muerte, para así entrar en la comunión perfecta y definitiva con Dios. Quien no la tiene lógicamente debe pasar por la purificación. A veces esto ocurre por la intercesión de una persona. Ejemplos: Moisés obtiene el perdón del pueblo evocando la obra salvífica realizada por Dios en el pasado y su fidelidad al juramento hecho a los padres (cf. Ex 32, 30 y vv. 11-13). En el libro de Isaías, encontramos la función de interceder y expiar. El Salmo 51 establece el proceso de reintegración: el pecador confiesa y reconoce la propia culpa (v. 6), y pide insistentemente ser purificado o «lavado» (vv. 4. 9. 12 y 16), para poder proclamar la alabanza divina (v. 17).
Según la ley en el Antiguo Testamento, lo que está destinado a Dios debe ser perfecto. En consecuencia, esto incluye, la integridad física la cual es exigida para los que entran en contacto con Dios en el plano sacrificial, como, por ejemplo, los animales para inmolar (cf. Lv 22, 22), o en el institucional, como en el caso de los sacerdotes, ministros del culto (cf. Lv 21, 17-23). A esta integridad física debe corresponder una entrega total, tanto de las personas como de la colectividad (cf. 1 R 8, 61), al Dios de la alianza de acuerdo con las grandes enseñanzas del Deuteronomio (cf. Dt 6, 5). Se trata de amar a Dios con todo el ser, con pureza de corazón y con el testimonio de las obras (cf. Dt 10, 12 s).
Esta misma integridad en vida se exige después de la muerte, para así entrar en la comunión perfecta y definitiva con Dios. Quien no la tiene lógicamente debe pasar por la purificación. A veces esto ocurre por la intercesión de una persona. Ejemplos: Moisés obtiene el perdón del pueblo evocando la obra salvífica realizada por Dios en el pasado y su fidelidad al juramento hecho a los padres (cf. Ex 32, 30 y vv. 11-13). En el libro de Isaías, encontramos la función de interceder y expiar. El Salmo 51 establece el proceso de reintegración: el pecador confiesa y reconoce la propia culpa (v. 6), y pide insistentemente ser purificado o «lavado» (vv. 4. 9. 12 y 16), para poder proclamar la alabanza divina (v. 17).
El Nuevo Testamento presenta a Cristo como el intercesor, para el día de la expiación (cf. Hb 5, 7; 7, 25). Pero en él, el sacerdocio presenta una configuración nueva y definitiva. Es Sacerdote y, al mismo tiempo, «víctima de propiciación» por los pecados de todo el mundo (cf. 1 Jn 2, 2). Debemos ser perfectos como el Padre celestial (cf. Mt 5, 48), estamos llamados a crecer en el amor, para hallarnos firmes e irreprensibles en presencia de Dios Padre, en el momento de «la venida de nuestro Señor Jesucristo, con todos sus santos» (1 Ts 3, 12 s). Por otra parte, estamos invitados a «purificarnos de toda mancha de la carne y del espíritu» (2 Co 7, 1; cf. 1 Jn 3, 3), porque el encuentro con Dios requiere una pureza absoluta.
El Apóstol San Pablo nos habla sobre el día del juicio y sobre qué pasará con aquellas personas que tuvieron fe y sirvieron a Dios, pero que su obra no fue tan buena, él lo explica: "Un día se verá el trabajo de cada uno. Se hará público en el día del juicio, cuando todo sea probado por el fuego. El fuego, pues, probará la obra de cada uno. Si lo que has construido resiste el fuego, será premiado. Pero si la obra se convierte en cenizas, el obrero tendrá que pagar. Se salvará pero no sin pasar por el fuego". (1Cor 3,13-15).
Hay dos aspectos en este pasaje: en primer lugar si la obra resiste al ser examinada la persona se salvará, en este caso se está refiriendo a un cristiano que va directamente a salvarse, sin necesidad de pasar por una purificación y la otra es donde la obra de la persona no resistió el juicio y no dice que se va a condenar, sino que ese cristiano tendrá que pagar o ser castigado y se salvará, pero como quien pasa por el fuego. Esto es precisamente el purgatorio, una purificación que algunos necesitarán para poder disfrutar plenamente de la amistad eterna con Dios.
Conclusión
Debe estar claro que el estado de purificación no es una prolongación de la situación terrena, es decir; después de la muerte no debe entenderse que hay después una posibilidad de cambiar lo que merecemos por nuestro paso por la tierra. La enseñanza de la Iglesia a este propósito es inequívoca, y ha sido reafirmada por el concilio Vaticano II, que enseña: "Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra (cf. Hb 9, 27), mereceremos entrar con él en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde "habrá llanto y rechinar de dientes" (Mt 22, 13 y 25, 30)" (Lumen gentium, 48).
Al seguir estudiando la Biblia sobre este tema, encontraremos que la existencia del purgatorio es una consecuencia lógica de la Santidad de Dios, pues si Él es el tres veces santo(Is 6,3) o sea la plenitud de la santidad y perfección, entonces quienes estén junto a Él también deben de serlo(Mt 5,48), por eso, quien es fiel a Dios, pero no se encuentra en un estado de gracia plena a la hora de morir, no puede disfrutar del cielo porque la misma Biblia dice que en la ciudad celestial: "No entrará nada manchado (impuro)" Ap 21,27 , queda claro que si un cristiano no puede entrar al cielo por tener alguna mancha o impureza, y no merece sufrir el castigo eterno, es claro que tendrá que ´pagar´.
Está escrito en la Biblia: "Al que calumnie al Hijo del Hombre se le perdonará; pero el que calumnie al Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro" Mt 12,32. Jesucristo habla de que hay pecados que no son perdonados en la otra vida; se colige que hay otros que sí, ese es el sentido de la purificación o sufrimiento en el purgatorio y del porqué nosotros podemos orar (pedir) y ofrecer la Misa por ellos para que Dios tenga misericordia de esos hermanos difuntos que la necesiten, como el caso de Oniséforo mencionado en la Biblia (2 Tim 1,16-18).
Continuara…
Fuentes: ACI prensa
Catholic.net
BEC. Multimedios
Mercaba