Pentecostés Judío
En
el antiguo Israel, Pentecostés ha sido siempre una fiesta agrícola consagrada a
la ofrenda de las primicias de las cosechas -especialmente trigo y cebada- (Ex
34, 22; 23, 16).
Pero, a pesar de que el pueblo elegido ha
tomado ya conciencia de que su Dios era más el Dios de la historia -de su
historia- que de la naturaleza, hace de estas fiestas agrícolas tradicionales
celebraciones en recuerdo de uno u otro acontecimiento de la historia del
desierto. Pentecostés llega a ser, de este modo, la fiesta de la promulgación
de la ley y de la constitución del pueblo elegido en la alianzaPero, a pesar de que el pueblo elegido ha tomado ya conciencia de que su Dios era más el Dios de la historia -de su historia- que de la naturaleza, hace de estas fiestas agrícolas tradicionales celebraciones en recuerdo de uno u otro acontecimiento de la historia del desierto. Pentecostés llega a ser, de este modo, la fiesta de la promulgación de la ley y de la constitución del pueblo elegido en la alianza.
Pentecostés de la Iglesia
Es festividad universal de la
iglesia, mediante la cual se conmemora el descendimiento del Espíritu Santo
sobre los Apóstoles, a los cincuenta días después de la Resurrección de Cristo.
En algunos lugares es llamado el "domingo de blanco"
("whitesunday") debido a los ropajes blancos que son portados por
aquellos que son bautizados durante la vigilia. Pentecostés
("Pfingsten" en alemán), es la denominación griega por
"quincuagésimo", 50o., día después de la Pascua.
Se trata de una festividad
cristiana que data del siglo primero. El hecho de que Pentecostés era una
festividad que ya pertenecía a los tiempos apostólicos lo constata San Irineo.
En Tertuliano el festival aparece como ya firmemente establecido. En Italia fue
costumbre que se lanzaran pétalos de rosas desde el cielo de las iglesias,
simbolizando así el milagro de las lenguas de fuego, con base en ello, el
domingo de Pentecostés es llamado en Sicilia y en otras regiones italianas,
como Pascha Rosatum, nombre que proviene del uso de los ropajes rojos de la
ocasión. En Francia la costumbre incluyó el toque de trompetas durante los
servicios, con el objeto de recordar el sonido y estruendo que debió acompañar
el descenso del Espíritu Santo. El color del ropaje sacerdotal es rojo, como un
símbolo de las lenguas de fuego que descendieron.
Pentecostés es el amor de Dios
En la
Creación del mundo, el Espíritu cubría las aguas, "trabajaba" para
suscitar la vida. En la historia del hombre, el Espíritu preparaba y enviaba
mensajeros, patriarcas, profetas, hombres justos, que indicaban el bien. Luego, el Espíritu descendió sobre la
Virgen María, y el Verbo se hizo Hombre. En el inicio de su vida pública, el
Espíritu se manifestó sobre Cristo y nos indicó ya presente al Mesías.
Ese Espíritu descendió sobre los creyentes la mañana de Pentecostés. Mientras estaban reunidos en oración, junto a la Madre de Jesús, la Promesa, el Abogado, el que Jesús prometió a sus discípulos en la Última Cena, irrumpió y se posó sobre cada uno de los discípulos en forma de lenguas de fuego (cf. Hch 2,1-13).
Desde ese momento empieza a existir la Iglesia. Por eso es fiesta grande, es nuestro "cumpleaños". Lo explicaba san Ireneo (siglo II) con estas hermosas palabras: "Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios, y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda gracia, y el Espíritu es la verdad; alejarse de la Iglesia significa rechazar al Espíritu (...) excluirse de la vida".
Benedicto XVI explicaba cómo en Pentecostés ocurrió algo totalmente opuesto a lo que había sucedido en Babel (Gen 11,1-9). En aquel oscuro momento del pasado, el egoísmo humano buscó caminos para llegar al cielo y cayó en divisiones profundas, en anarquías y odios. El día de Pentecostés fue, precisamente, lo contrario.
"El orgullo y el egoísmo del hombre siempre crean divisiones, levantan muros de indiferencia, de odio y de violencia. El Espíritu Santo, por el contrario, capacita a los corazones para comprender las lenguas de todos, porque reconstruye el puente de la auténtica comunicación entre la tierra y el cielo. El Espíritu Santo es el Amor" (Benedicto XVI, homilía del 4 de junio de 2006).
Por eso mismo Pentecostés es el día que confirma la vocación misionera de la Iglesia: los Apóstoles empiezan a predicar, a difundir la gran noticia, el Evangelio, que invita a la salvación a los hombres de todos los pueblos y de todas las épocas de la historia, desde el perdón de los pecados y desde la vida profunda de Dios en los corazones.
Pentecostés es fiesta grande para la Iglesia. Y es una llamada a abrir los corazones ante las muchas inspiraciones y luces que el Espíritu Santo no deja de susurrar, de gritar. Porque es Dios, porque es Amor, nos enseña a perdonar, a amar, a difundir el amor.
Ese Espíritu descendió sobre los creyentes la mañana de Pentecostés. Mientras estaban reunidos en oración, junto a la Madre de Jesús, la Promesa, el Abogado, el que Jesús prometió a sus discípulos en la Última Cena, irrumpió y se posó sobre cada uno de los discípulos en forma de lenguas de fuego (cf. Hch 2,1-13).
Desde ese momento empieza a existir la Iglesia. Por eso es fiesta grande, es nuestro "cumpleaños". Lo explicaba san Ireneo (siglo II) con estas hermosas palabras: "Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios, y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda gracia, y el Espíritu es la verdad; alejarse de la Iglesia significa rechazar al Espíritu (...) excluirse de la vida".
Benedicto XVI explicaba cómo en Pentecostés ocurrió algo totalmente opuesto a lo que había sucedido en Babel (Gen 11,1-9). En aquel oscuro momento del pasado, el egoísmo humano buscó caminos para llegar al cielo y cayó en divisiones profundas, en anarquías y odios. El día de Pentecostés fue, precisamente, lo contrario.
"El orgullo y el egoísmo del hombre siempre crean divisiones, levantan muros de indiferencia, de odio y de violencia. El Espíritu Santo, por el contrario, capacita a los corazones para comprender las lenguas de todos, porque reconstruye el puente de la auténtica comunicación entre la tierra y el cielo. El Espíritu Santo es el Amor" (Benedicto XVI, homilía del 4 de junio de 2006).
Por eso mismo Pentecostés es el día que confirma la vocación misionera de la Iglesia: los Apóstoles empiezan a predicar, a difundir la gran noticia, el Evangelio, que invita a la salvación a los hombres de todos los pueblos y de todas las épocas de la historia, desde el perdón de los pecados y desde la vida profunda de Dios en los corazones.
Pentecostés es fiesta grande para la Iglesia. Y es una llamada a abrir los corazones ante las muchas inspiraciones y luces que el Espíritu Santo no deja de susurrar, de gritar. Porque es Dios, porque es Amor, nos enseña a perdonar, a amar, a difundir el amor.
¿Vivimos
en Babel o en Pentecostés? Babel, la confusión, puede pasar también hablando el
mismo idioma. Pentecostés, la unidad del Espíritu, es un ideal de comunicación
precisamente entre los que tienen idioma y carácter diverso. ¿Somos tolerantes?
Allí donde conviven culturas y lenguas diferentes, ¿aceptamos a todos como
hermanos y como hijos del mismo Padre? Que tengamos un idioma diferente no es
importante: el amor vence fácilmente este obstáculo (el amor, y también el interés
comercial o político). Lo malo es el orgullo y la intolerancia, que levanta
torres, y muros también entre los de una misma lengua. La humildad, por el
contrario, y la fraternidad, nos hacen construir puentes, no torres ni muros, y
tender la mano a todos.
Dios
quiere que hagamos permanentemente la experiencia de Pentecostés, que no sea un
hecho histórico, del pasado. Para ello la tarea de los cristianos es que no
sigan considerando el Espíritu Santo como algo abstracto, que se sabe que
existe pero que nunca se experimenta. Que nunca más se pregunte “Qué es” sino
“Quien es” para experimentarlo en nuestra propia vida, para tener con El una
experiencia de Amor.
Fue el amor de Dios lo que transformó desde dentro a los apóstoles. A partir de ese momento nunca más fueron los mismos, no solamente porque pierden el miedo y salen a predicar a la gente el amor de Dios, por medio de Jesús glorificado, sino que experimentan una transformación profunda, radical, del corazón. Es el signo que ahora el corazón de piedra ha sido destruido y los apóstoles tienen un corazón de carne, el corazón prometido por Ezequiel.
El bautismo en el Espíritu Santo de Pentecostés es para los apóstoles análogo al bautismo de Jesús en el Jordán. Jesús recibe el Espíritu Santo para realizar su gran misión evangelizadora. Los apóstoles reciben el bautismo en el Espíritu Santo para poder también llevar el Evangelio hasta el último rincón de la tierra. El Espíritu Santo siempre trae verdades a nosotros. El Espíritu Santo es mucho más de lo que pensamos y, si nosotros recibimos el bautismo del Espíritu Santo el mundo cambiará y nosotros cambiaremos.
Porque decir Jesús es el Señor no es una
cosa tan simple, no es simplemente profesar una verdad. Es tomar una decisión. Quien dice Jesús es el Señor, está diciendo Jesús es mi Señor, Yo lo
acepto como mi Señor, yo me someto a Él, yo someto toda mi vida a Él, yo
considero a Jesús como el centro de mi vida, el sentido de mi vida, la razón de
mi gozo, de mi alegría, el centro de todo.
FUENTES: Mercaba
Servicios koinonia
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