El Papa Francisco nos habla de San José y la Virgen María, estas dos figuras tan importantes en la vida
de Jesús, de la Iglesia y en nuestra vida, deseo expresarle dos breves pensamientos: el primero sobre el
trabajo y el segundo sobre la contemplación de Jesús.
1. En el Evangelio de
san Mateo, en uno de los momentos en que Jesús vuelve a su país, a Nazaret, y
habla en la sinagoga, se resalta el
asombro de sus paisanos por su sabiduría y la pregunta que se plantean: ¿No es
este el hijo del carpintero? (13,55).
Jesús entra en
nuestra historia, viene en medio de nosotros, naciendo de María por obra de
Dios, pero con la presencia de san José, el padre legal que lo custodia y le
enseña también su trabajo. Jesús nace y vive en una familia, en la Santa
Familia, aprendiendo de san José el oficio de carpintero, en el taller de Nazaret,
compartiendo con él el empeño, la fatiga, la satisfacción y también las
dificultades de cada día.
El trabajo forma
parte del plan de amor de Dios ¡nosotros estamos llamados a cultivar y
custodiar todos los bienes de la creación y de este modo participamos en la
obra de creación! El trabajo es un elemento fundamental para la dignidad de una
persona. El trabajo – para usar una imagen, nos ‘unge’ de dignidad, nos llena
de dignidad; nos hace semejantes a Dios, que ha trabajado y trabaja, actúa
siempre (cfr. Jn 5,17); da la capacidad de mantenerse a sí mismos, a la propia
familia, de contribuir al crecimiento de la propia nación.
Y luego quisiera dirigirme en particular a los jóvenes: empéñense en su deber cotidiano, en
el estudio, en el trabajo, en las relaciones de amistad, en la ayuda a los
demás; el porvenir de ustedes depende también de cómo saben vivir estos años
preciosos de la vida. No tengan miedo del compromiso, del sacrificio y no miren
con miedo al futuro, mantenga viva la esperanza: siempre una luz en el
horizonte.
2. Aludo al segundo pensamiento: en el silencio del quehacer
cotidiano, san José, junto con María, tienen un sólo centro común de atención:
Jesús. Ellos acompañan y custodian con empeño y ternura, el crecimiento del
Hijo de Dios hecho hombre por nosotros, reflexionando sobre todo lo que
sucedía.
En los Evangelios,
san Lucas subraya dos veces la actitud de María, que es también la de san José:
‘conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón’ (2,19.51). Para escuchar al Señor, es necesario aprender
a contemplarlo, a percibir su presencia constante en nuestra vida; es necesario
detenerse a dialogar con Él, darle espacio con la oración.
Cada uno de nosotros,
deberían preguntarse: ¿qué espacio doy al Señor? ¿Me detengo a dialogar con Él?
Desde cuando éramos pequeños, nuestros padres nos han acostumbrado a iniciar y
a concluir el día con una oración, para educarnos a sentir que la amistad y el
amor de Dios nos acompañan. ¡Acordémonos más del Señor en nuestras jornadas!
En este mes de mayo,
quisiera recordar la importancia y la belleza de la oración del santo Rosario.
Rezando el Ave María, somos conducidos a contemplar los misterios de Jesús, es
decir a reflexionar sobre los momentos centrales de su vida, para que, como
para María y para san José, Él sea el centro de nuestros pensamientos, de
nuestras atenciones y de nuestras acciones.
¡Sería hermoso si,
sobre todo en este mes de mayo, se rezase juntos en familia, con los amigos, en
Parroquia, el santo Rosario o alguna oración a Jesús y a la Virgen María! La
oración en conjunto es un momento precioso para hacer aún más sólida la vida
familiar, la amistad! ¡Aprendamos a rezar cada vez más en familia y como
familia!
Queridos hermanos y
hermanas, pidamos a san José y a la Virgen María que nos enseñen a ser fieles a
nuestros compromisos cotidianos, a vivir nuestra fe en las acciones de cada día
y a dar más espacio al Señor en nuestra vida, a detenernos para contemplar su
rostro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario