Con estas palabras el Apóstol Santiago nos indica la actitud interior para prepararnos a escuchar y a acoger de nuevo el anuncio del nacimiento del Redentor en la cueva de Belén, misterio inefable de luz, de amor y de gracia. La invitación de Santiago “Sed contantes, hermanos, hasta la venida del Señor”, nos recuerda que la certeza de la gran esperanza del mundo se nos da y que no estamos solos y que no construimos nuestra historia en soledad. Dios no está lejos del hombre, sino que se ha inclinado hacia él y se ha hecho carne (Jn 1,14).
Queridos amigos, Santiago nos exhorta a imitar al agricultor, que “espera con constancia el precioso fruto de la tierra” (St 5,7). La invitación del Apóstol puede parecer anacrónica, casi una invitación para salir de la historia, a no desear ver los frutos de vuestro trabajo, de vuestra búsqueda. ¿Pero es realmente así? La invitación a la espera de Dios ¿está fuera de nuestra época? Y una vez más, podemos preguntarnos con radicalidad: ¿Qué significa para mí la Navidad?, ¿es realmente importante para mi existencia, para la construcción de la sociedad?
Este Niño es el signo de la paciencia de Dios, que en primer lugar es paciente, constante, fiel a su amor hacia nosotros; Él es el verdadero “agricultor” de la historia, que sabe esperar. ¡Cuántas veces los hombres han intentado construir el mundo solo, sin o contra Dios! El resultado está marcado por el drama de las ideologías que, al final, se ha demostrado que van contra el hombre y su dignidad profunda. Ser constantes y pacientes significa aprender a construir la historia con Dios, porque sólo edificando sobre Él y con Él la construcción está bien fundada, no instrumentalizada para fines ideológicos, sino verdaderamente digna del hombre.
A cada uno de nosotros el Señor le pide que colaboremos en la construcción de la ciudad del hombre, conjugando de un modo serio y apasionado la fe y la cultura. Por esto los invito a buscar siempre, con paciente constancia, el verdadero Rostro de Dios, Queridos amigos, esta tarde nos apresuramos unidos con confianza en nuestro camino hacia Belén, llevando con nosotros las esperanzas de nuestros hermanos, para que todos podamos encontrar al Verbo de la vida y confiarnos a Él. A Él, esta tarde, queremos confesar con confianza el deseo más profundo de nuestro corazón: “Yo busco tu rostro, Señor, ¡ven, no tardes!” Amén.
Fragmentos de la homilía de Benedicto XVI en el rezo de Vísperas con los universitarios de los ateneos romanos en preparación a la Navidad.
Fuente: ©Libreria Editrice Vaticana]
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