La norma, la ley, es necesaria, y nos sirve de camino para el bien
y para la armonía interior y exterior. Pero Jesús critica en los fariseos un estilo defectuoso
en su cumplimiento de la ley. Será bueno que hagamos examen de conciencia, por
si también nosotros merecemos estas acusaciones.
Los fariseos exageraban en
su interpretación de la ley, creando en los demás un complejo de angustia y
opresión; como en el pasaje de hoy la discusión es sobre si tienen que lavarse
o no las manos antes de ponerse a comer. ¿Somos así nosotros? ¿Somos capaces de
perder la paz, y hacerla perder a otros, por minucias insignificantes en la
vida familiar o eclesial? ¿Sabemos distinguir entre lo que tiene verdadera
importancia y lo que no?
Lo exterior es bueno -la vida está hecha de detalles-, pero no es
lo principal; las actitudes interiores hay que cuidarlas más. Jesús nos dice
hoy, por ejemplo, que no es tanto lo que comemos o dejamos de comer, sino
nuestros sentimientos interiores y las palabras que salen de nuestra boca lo
que importa.
Los fariseos son atacados por Jesús por hipócritas: "Este
pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí". Somos
fariseos cuando aparentamos por fuera una cosa y por dentro pensamos o hacemos
lo contrario. Es fácil juntar las manos o decir oraciones o cantar o llevar
medallas; lo difícil es vivir en cristiano y actuar conforme dicen nuestras
palabras.
La Palabra de Dios nos urge hoy, por tanto, a ser cumplidores de
la ley y de la voluntad de Dios. Pero con convicción y con amor. No según el
estilo de los fariseos, que puede ser el nuestro, tanto si somos jóvenes o
mayores.
Un misionero, Vicente Donovan, que pasó diecisiete años en
Tanzania. Un anciano cristiano de esa tribu quería explicar al
misionero lo que significaba para él la fe: "No es como cuando un blanco
dispara contra un animal con nada más que mover un dedo y a distancia. No. La
fe es como cuando un león se abalanza hacia su presa. Su nariz, sus ojos y sus
orejas la descubren. Sus patas le dan velocidad. Toda la fuerza de su cuerpo se
pone en vilo para dar el salto terrible y el zarpazo mortífero. Y cuando la
víctima queda presa el león lo agarra en sus brazos, la atrae hacia sí y la
convierte en parte de sí mismo. Así es como mata un león. Así es como cree un
hombre. Eso es la fe".
Este misionero quedó en silencio. Tal vez pensó que lo entendía:
la fe supone un esfuerzo, a veces doloroso, en busca de Dios. Todo nuestro ser
queda comprometido en ese momento. Nuestra alma se pone en vilo, como el león.
Pero el anciano africano no habría terminado:"Nosotros, no fuimos a buscarle, padre. Ni queríamos que viniese. Fue usted quien nos buscó. Se metió en el bosque, en nuestras mismas casas. Nos habló de Dios y nos dijo que debíamos buscarle, sacrificando incluso nuestras tierras o nuestras vidas. Pero nosotros no hicimos nada de esto. Fue Él quien nos buscó y nos encontró.
Siempre nos creemos que nosotros somos el león. Pero, en realidad, el león es Dios". Sí. El león es Dios. Suyo es el Reino y suya es la misión.
El hombre tiene tendencia a refugiarse en la religiosidad y crearse por su cuenta una excusa frente a su negativa para convertirse a la verdad.
Señor, dame fuerzas para ir y hacerlo. Para amar al prójimo y hacer justicia y decir la verdad. Para ser justo y amable y cariñoso. Para servir a todos en tu nombre, con la fe de que al servirles a ellos te sirvo a ti, y haciendo el bien en la tierra conseguiré entrar en tu tienda y «habitar en tu monte santo».
Fuente: MERCABA
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