sábado, 1 de septiembre de 2012

La ley es necesaria, pero no al estilo de los fariseos


La norma, la ley, es necesaria, y nos sirve de camino para el bien y para la armonía interior y exterior. Pero Jesús critica en los fariseos un estilo defectuoso en su cumplimiento de la ley. Será bueno que hagamos examen de conciencia, por si también nosotros merecemos estas acusaciones.

 Los fariseos exageraban en su interpretación de la ley, creando en los demás un complejo de angustia y opresión; como en el pasaje de hoy la discusión es sobre si tienen que lavarse o no las manos antes de ponerse a comer. ¿Somos así nosotros? ¿Somos capaces de perder la paz, y hacerla perder a otros, por minucias insignificantes en la vida familiar o eclesial? ¿Sabemos distinguir entre lo que tiene verdadera importancia y lo que no?

Lo exterior es bueno -la vida está hecha de detalles-, pero no es lo principal; las actitudes interiores hay que cuidarlas más. Jesús nos dice hoy, por ejemplo, que no es tanto lo que comemos o dejamos de comer, sino nuestros sentimientos interiores y las palabras que salen de nuestra boca lo que importa.

Los fariseos son atacados por Jesús por hipócritas: "Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí". Somos fariseos cuando aparentamos por fuera una cosa y por dentro pensamos o hacemos lo contrario. Es fácil juntar las manos o decir oraciones o cantar o llevar medallas; lo difícil es vivir en cristiano y actuar conforme dicen nuestras palabras.

La Palabra de Dios nos urge hoy, por tanto, a ser cumplidores de la ley y de la voluntad de Dios. Pero con convicción y con amor. No según el estilo de los fariseos, que puede ser el nuestro, tanto si somos jóvenes o mayores.

Un misionero, Vicente Donovan, que pasó diecisiete años en Tanzania. Un anciano cristiano de esa tribu  quería explicar al misionero lo que significaba para él la fe: "No es como cuando un blanco dispara contra un animal con nada más que mover un dedo y a distancia. No. La fe es como cuando un león se abalanza hacia su presa. Su nariz, sus ojos y sus orejas la descubren. Sus patas le dan velocidad. Toda la fuerza de su cuerpo se pone en vilo para dar el salto terrible y el zarpazo mortífero. Y cuando la víctima queda presa el león lo agarra en sus brazos, la atrae hacia sí y la convierte en parte de sí mismo. Así es como mata un león. Así es como cree un hombre. Eso es la fe".

Este misionero quedó en silencio. Tal vez pensó que lo entendía: la fe supone un esfuerzo, a veces doloroso, en busca de Dios. Todo nuestro ser queda comprometido en ese momento. Nuestra alma se pone en vilo, como el león.

Pero el anciano africano no habría terminado:"Nosotros, no fuimos a buscarle, padre. Ni queríamos que viniese. Fue usted quien nos buscó. Se metió en el bosque, en nuestras mismas casas. Nos habló de Dios y nos dijo que debíamos buscarle, sacrificando incluso nuestras tierras o nuestras vidas. Pero nosotros no hicimos nada de esto. Fue Él quien nos buscó y nos encontró.

Siempre nos creemos que nosotros somos el león. Pero, en realidad, el león es Dios". Sí. El león es Dios. Suyo es el Reino y suya es la misión.

El hombre tiene tendencia a refugiarse en la religiosidad y crearse por su cuenta una excusa frente a su negativa para convertirse a la verdad.

Señor, dame fuerzas para ir y hacerlo. Para amar al prójimo y hacer justicia y decir la verdad. Para ser justo y amable y cariñoso. Para servir a todos en tu nombre, con la fe de que al servirles a ellos te sirvo a ti, y haciendo el bien en la tierra conseguiré entrar en tu tienda y «habitar en tu monte santo».

Fuente: MERCABA

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