Comentando las
lecturas del día, explicó que los discípulos fueron entusiastas, preparaban
programas, planes para la futura organización de la Iglesia naciente, discutían
sobre quién era el más grande e impedían hacer el bien en el nombre de Jesús a
los que no pertenecían a su grupo. Pero Jesús los sorprende, moviendo el centro
de la discusión sobre la organización a los niños: "Porque el que sea el
más pequeño entre todos ustedes --les dijo Jesús-- es el más grande!".
Así, indica el papa, en la lectura del profeta Zacarías se habla de los signos
de la presencia de Dios: no "una buena organización" ni "un
gobierno que avanza, todo limpio y perfecto", sino de los ancianos que
habitan en las calles y de los niños que juegan.
El riesgo es
descartar tanto a los ancianos como a los niños. Y dura es la advertencia de
Jesús hacia los que escandalizan a los más pequeños: "El futuro de un
pueblo está aquí, en los ancianos y en los niños. ¡Un pueblo que no se ocupa de
sus ancianos y de sus niños no tiene futuro, porque no tendrá memoria y no
tendrá promesa! ¡Los ancianos y los niños son el futuro de un pueblo! ¿Cuánto
es común dejarlos de lado, no? A los niños, tranquilizarlos con un caramelo,
con un juego: ‘Hazlo, hazlo, vamos, vamos’. Y al anciano no le permiten que
hable, prescinden de su consejo: "Son viejos, pobres...".Los discípulos no comprendían: "Lo entiendo, los discípulos --dijo el papa-- querían eficacia, querían que la Iglesia siga adelante sin problemas y esto puede convertirse en una tentación para la Iglesia: ¡la Iglesia del funcionalismo! ¡La Iglesia bien organizada! ¡Todo bien pero sin memoria y sin promesa! Esta Iglesia así, no avanzará: será la Iglesia de la lucha por el poder, será la Iglesia de los celos entre los bautizados, y muchas otras cosas que están allí cuando no hay memoria ni promesa".
Por lo tanto, la
"vitalidad de la Iglesia" no está dada por los documentos y reuniones
"para planificar y hacer bien las cosas": estas son realidades
necesarias, pero no son "el signo de la presencia de Dios":
"El signo
de la presencia de Dios es ésto, así dice el Señor: 'Los ancianos y las
ancianas se sentarán de nuevo en las plazas de Jerusalén, cada uno con su
bastón en la mano, a causa de sus muchos años. Las plazas de la ciudad se
llenarán de niños y niñas, que jugarán en ellas'. El juego nos hace pensar en la alegría: es la alegría del Señor. Y estos ancianos, sentados con un bastón en la mano, calmados, nos recuerdan la paz. Paz y alegría: ¡este es el aire de la Iglesia!".
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