“Lumen fidei” - La luz de la fe (LF)
La introducción (No. 1-7) ilustra los motivos en que se basa el documento: En
primer lugar, recuperar el carácter de luz propio de la fe, capaz de iluminar
toda la existencia del hombre, de ayudarlo a distinguir el bien del mal, sobre
todo en una época como la moderna, en la que el creer se opone al buscar y la
fe es vista como una ilusión, un salto al vacío que impide la libertad del
hombre. En segundo lugar, a 50 años
después del Concilio Vaticano II, un "Concilio sobre la Fe" - quiere
reavivar la percepción de la amplitud de los horizontes que la fe abre para
confesarla en la unidad y la integridad.
El primer capítulo (8-22): Hemos creído en el amor (1 Jn 4, 16). En referencia a
la figura bíblica de Abraham, la fe en este capítulo se explica como
"escucha" de la Palabra de Dios, "llamada" a salir del
aislamiento de su propio yo , para abrirse a una nueva vida y
"promesa" del futuro, que hace posible la continuidad de nuestro
camino en el tiempo, uniéndose así fuertemente a la esperanza. La fe también se
caracteriza por la "paternidad", porque el Dios que nos llama no es
un Dios extraño, sino que es Dios Padre, la fuente de bondad que es el origen
de todo y sostiene todo.
Se detiene, después, en la figura de Jesús,
el mediador que nos abre a una verdad más grande que nosotros, una
manifestación del amor de Dios que es el fundamento de la fe "precisamente
en la contemplación de la muerte de Jesús la fe se refuerza", porque Él
revela su inquebrantable amor por el hombre. También en cuanto resucitado
Cristo es "testigo fiable", "digno de fe”, a través del cual
Dios actúa realmente en la historia y determina el destino final. Pero hay
"otro aspecto decisivo" de la fe en Jesús: "La participación en
su modo de ver".
La
fe, en efecto, no sólo mira a Jesús, sino que también ve desde el punto de
vista de Jesús, con sus ojos. Usando una analogía, el Papa explica que, como en
la vida diaria, confiamos en "la gente que sabe las cosas mejor que
nosotros" - el arquitecto, el farmacéutico, el abogado - también en la fe
necesitamos a alguien que sea fiable y experto en "las cosas de Dios"
y Jesús es "aquel que nos explica a Dios." Por esta razón, creemos a
Jesús cuando aceptamos su Palabra, y creemos en Jesús cuando lo acogemos en
nuestras vidas y nos confiamos a él
Gracias a la fe, el hombre se salva, porque
se abre a un Amor que lo precede y lo transforma desde su interior. Y esta es
la acción propia del Espíritu Santo: "El cristiano puede tener los ojos de
Jesús, sus sentimientos, su condición filial, porque se le hace partícipe de su
Amor, que es el Espíritu" (n. 21). Fuera de la presencia del Espíritu, es
imposible confesar al Señor.
El segundo capítulo (23-36): Si no creéis, no comprenderéis (Is 07, 09). El Papa
demuestra la estrecha relación entre fe y verdad, la verdad fiable de Dios, su
presencia fiel en la historia. "La fe, sin verdad, no salva - escribe el
Papa – Se queda en una bella fábula, la proyección de nuestros deseos de
felicidad
Hoy se mira con recelo la "verdad
grande, la verdad que explica la vida personal y social en su conjunto. Esto,
sin embargo, implica el "gran olvido en nuestro mundo contemporáneo",
que - en beneficio del relativismo y temiendo el fanatismo - olvida la pregunta
sobre la verdad, sobre el origen de todo, la pregunta sobre Dios. Se subraya el
vínculo entre fe y amor, entendido no como "un sentimiento que va y
viene", sino como el gran amor de Dios que nos transforma interiormente y
nos da nuevos ojos para ver la realidad. Si, pues, la fe está ligada a la
verdad y al amor, entonces "amor y verdad no se pueden separar",
Se abre una amplia reflexión sobre el
"diálogo entre fe y razón", sobre la verdad en el mundo de hoy, donde
a menudo viene reducida a la "autenticidad subjetiva", porque la
verdad común da miedo. En cambio, si la verdad es la del amor de Dios, entonces
no se impone con la violencia, no aplasta al individuo. Por el contrario, la
verdad vuelve humildes y conduce a la convivencia y el respeto del otro. De
ello se desprende que la fe lleva al diálogo en todos los ámbitos.
Por último, habla de la teología y afirma
que es imposible sin la fe, porque Dios no es un mero "objeto", sino
que es Sujeto que se hace conocer.
El tercer capítulo (37-49): Transmito lo que he recibido (1 Co 15, 03). Todo el
capítulo se centra en la importancia de la evangelización: quien se ha abierto
al amor de Dios, no puede retener este regalo para sí mismo, escribe el Papa:
La luz de Jesús resplandece sobre el rostro de los cristianos y así se difunde,
se transmite bajo la forma del contacto, como una llama que se enciende de la
otra, y pasa de generación en generación, a través de la cadena ininterrumpida
de testigos de la fe.
Hay, sin embargo, un "medio
particular" por el que la fe se puede transmitir: son los Sacramentos, en
los que se comunica "una memoria encarnada." El Papa cita en primer
lugar el Bautismo – tanto de niños como de adultos, en la forma del
catecumenado - que nos recuerda que la fe no es obra del individuo aislado, un
acto que se puede cumplir solos, sino que debe ser recibida, en comunión
eclesial. "Nadie se bautiza a sí mismo", dice la LF.
En segundo lugar, la Encíclica cita la
Eucaristía, "precioso alimento para la fe", "acto de memoria,
actualización del misterio" y que "conduce del mundo visible al
invisible," enseñándonos a ver la profundidad de lo real. El Papa recuerda
después la confesión de la fe, el Credo, en el que el creyente no sólo confiesa
la fe, sino que se ve implicado en la verdad que confiesa; la oración, el Padre
Nuestro, con el que el cristiano comienza a ver con los ojos de Cristo; el
Decálogo, entendido no como "un conjunto de preceptos negativos",
sino como "un conjunto de indicaciones concretas" para entrar en
diálogo con Dios, "dejándose abrazar por su misericordia",
"camino de la gratitud" hacia la plenitud de la comunión con Dios .
Por último, el Papa subraya que la fe es
una porque uno es "el Dios conocido y confesado", porque se dirige al
único Señor, que nos da la "unidad de visión" y "es compartida
por toda la Iglesia, que forma un solo cuerpo y un solo Espíritu".
El capítulo cuarto (n. 50-60): Dios prepara una ciudad para ellos (Hb 11, 16) Este
capítulo explica la relación entre la fe y el bien común, lo que conduce a la
formación de un lugar donde el hombre puede vivir junto con los demás. La fe,
que nace del amor de Dios, hace fuertes los lazos entre los hombres y se pone
al servicio concreto de la justicia, el derecho y la paz. Es por esto que no
nos aleja del mundo y no es ajena al compromiso concreto del hombre
contemporáneo.
La fe "es un bien para todos, un bien
común", no sirve únicamente para construir el más allá, sino que ayuda a
edificar nuestras sociedades, para que avancen hacia el futuro con esperanza. La
encíclica se centra, después, en los ámbitos iluminados por la fe: en primer
lugar, la familia fundada en el matrimonio, entendido como unión estable de un
hombre y una mujer. Nace del reconocimiento y de la aceptación de la bondad de
la diferenciación sexual y, fundada sobre el amor en Cristo, promete "un
amor para siempre" y reconoce el amor creador que lleva a generar hijos.
Después los jóvenes.
Conclusión (N º 58-60): Bienaventurada la que ha creído (Lc 1, 45) Al final de la LF, el Papa nos invita a mirar a María, "icono perfecto" de la fe, porque, como Madre de Jesús, ha concebido "fe y alegría." A Ella se alza la oración del Papa para que ayude la fe del hombre, nos recuerde que aquellos que creen nunca están solos, y que nos enseñe a mirar con los ojos de Jesús.
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