Hoy queremos detenernos sobre un don
del Espíritu Santo que tantas veces es entendido mal o considerado de manera
superficial, y que en cambio toca el corazón de nuestra identidad y de nuestra
vida cristiana: se trata del don de la piedad.
Es necesario aclarar enseguida que
este don no se identifica con tener compasión de alguien, o tener piedad del
prójimo, pero indica nuestra pertenencia a Dios y nuestra relación profunda con
Él, una relación que da sentido a toda nuestra vida y que nos mantiene firmes,
en comunión con Él, también en los momentos más difíciles y complicados.
Esta relación con el Señor no se debe
entender como un deber o una imposición, es una relación que viene desde
adentro.
Se trata en de una relación vivida
con el corazón: es nuestra amistad con Dios, que nos la dona Jesús, una amistad
que cambia nuestra vida y nos llena de entusiasmo y de alegría. Por este
motivo, el don de la piedad despierta en nosotros sobre todo la gratitud y la
alabanza.
Este es de hecho el sentido más
auténtico de nuestro culto y de nuestra adoración. Cuando el Espíritu Santo nos
hace percibir la presencia del Señor y todo su amor por nosotros, nos calienta
el corazón y nos mueve casi naturalmente a la oración y a la celebración.
Piedad, por lo tanto es sinónimo de auténtico espíritu religioso, de confianza
filial con Dios, de aquella capacidad de rezarle con amor y simplicidad que es
propio de las personas humildes de corazón.
Si el don de la piedad nos hace
crecer en la relación y en la comunión con Dios y nos lleva a vivir como hijos
suyos, al mismo tiempo nos ayuda a derramar este amor también sobre los otros y
a reconocerlos como hermanos. Y entonces sí, que seremos movidos por
sentimientos no de 'piadosidad' -no de falsa piedad- hacia quienes tenemos a
nuestro lado y a quienes encontramos cada día.
Y digo no de 'piadosidad', porque
algunos piensan que tener piedad es cerrar los ojos poner cara de imagencita,
hacer teatro de ser como un santo, como lo dice un refán en piamontés:(...)
Seremos capaces de alegrarnos con
quien está en la alegría, de llorar con quien llora, de estar cerca de quien
está solo y angustiado, de corregir a quien está en el error, de consolar a
quien está afligido, de acoger y socorrer a quien está en la necesidad.
Hay na relación entre el don de la
piedad y la mitezza el don de la piedad que nos da el Espíritu Santo, hace
mansos
Queridos amigos, en la carta a los
Romanos el apóstol Pablo afirma: “Todos aquellos que son guiados por el
Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un
espíritu de esclavos para caer en el miedo, pero han recibido el Espíritu que
les vuelve hijos adoptivos, por medio de quien gritamos: “¡Abbá, Padre!”.
Pidamos al Señor que el don de su Espíritu puede vencer nuestro temor y
nuestras incertezas, y también a nuestro espíritu inquieto e impaciente. Y
pueda volvernos testimonios alegres de Dios y de su amor. Adorando al señor en
la verdad y en el servicio al prójimo, con la mansedumbre que el Espíritu Santo
nos da en la alegría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario