La «señal» es precisamente la humildad de Dios, la humildad
de Dios llevada hasta el extremo; es el amor con el que, aquella noche, asumió
nuestra fragilidad, nuestros sufrimientos, nuestras angustias, nuestros anhelos
y nuestras limitaciones. El mensaje que todos esperaban, que buscaban en lo más
profundo de su alma, no era otro que la ternura de Dios: Dios que nos mira con
ojos llenos de afecto, que acepta nuestra miseria, Dios enamorado de nuestra
pequeñez.
En la noche bendita iluminada por la luz de Jesús,
el niño sol, el Papa explica la profecía de Isaías, la señal anunciada por los
ángeles a los pastores, la gente simple dispuesta a recibir el don del cielo. Y
Francisco recuerda la paciencia de
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