La Iglesia ha insistido en varias ocasiones; y muchos dicen:
sí, es justo, es verdad... pero el sistema sigue como antes, porque lo que
domina es la dinámica de una economía y de unas finanzas carentes de ética.
Quien hoy dispone no es el hombre, es el dinero, el dinero,
la plata manda. Y Dios nuestro Padre ha dado el encargo de custodiar la tierra,
y no el dinero, sino a nosotros: a los hombres y a las mujeres. ¡Nosotros
tenemos esta tarea! En cambio a los hombres y a las mujeres se les sacrifica
ante los ídolos del lucro y del consumo: es la "cultura de lo
descartable".
Esta "cultura de lo descartable" tiende a
convertirse en la mentalidad común que nos contagia a todos. La vida humana, la
persona ya no se percibe como valor primordial que debe ser respetado y
protegido, especialmente si son pobres o discapacitados, si todavía no sirve
--como el niño por nacer--, o no sirve más, como los ancianos.
Recordemos, sin embargo, ¡que la comida que se desecha es
como si fuese robada de la mesa de los pobres, de los hambrientos! Invito a
todos a reflexionar sobre el problema de la pérdida y el desperdicio de los
alimentos, para que se identifiquen las vías y los medios de evitarlo, de
manera que enfrentando seriamente este problema, ustedes sean vehículo de la
solidaridad para compartir con los más necesitados.
En la fiesta del Corpus Christi, habíamos leído la historia
del milagro de los panes: Jesús alimenta a la multitud con cinco panes y dos
peces. Y la conclusión del relato: "Comieron todos hasta saciarse y
recogieron los pedazos que habían sobrado: doce cestas" (Lc. 9,17). Jesús
les pide a sus discípulos que nada se pierda: ¡ningún desperdicio! Este es el
hecho de las doce cestas: ¿Por qué doce? ¿Qué significa?, esto nos dice que
cuando la comida se comparte de manera justa, con solidaridad, no se priva a
nadie de lo necesario, cada comunidad puede ir al encuentro de los más pobres y
necesitados. Ecología humana y ecología ambiental caminan juntos.
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