Carta de Dios
a un niño por nacer
Querida mamá:
Hoy que ya soy consciente de tantas cosas, quiero darte las gracias
por haberme permitido vivir, por haber dado el sí a pesar de
las adversidades tal como lo hizo María Santísima; por haber hecho de
tu vientre el más grande de mis paraísos (porque justo allí los susurros de mi
Dios hacían que mi corazón latiera). Gracias por soportar todos los cambios
físicos y emocionales durante el embarazo, por llenarte de valentía y sufrir
los dolores del alumbramiento. Gracias por aceptar las cicatrices que deje tras
mi estadía en tu vientre, gracias por las noches en vela, por tus abrazos y
mimos que calmaban mi llanto.
Gracias por todas las renuncias que has hecho a lo largo de tu
vida, solo por verme feliz. Por ser la madre más creativa cuando
estaba en el colegio, por ser la diseñadora más ingeniosa cuando tenía que
actuar en las obras de teatro, por quedarte sin postre en la cena para dármelo
a mí, por elegir el plato más pequeño para que yo pudiera quedar lleno(a).
Gracias por convertirte en flash cuando tropezaba en el parque, por no estrenar
en navidad para poder comprarme ese regalo que tanto quería, por escucharme
cuando nadie más lo hacía, por permitirme dormir a tu lado cuando tenía una pesadilla,
gracias por decirme que todo estaba bien cuando en realidad el mundo se caía a
pedazos.
Gracias por dejar todos o algunos de tus sueños atrás, por
enseñarme a ser fuerte y a la vez compasivo(a), por inventar aquellas
maravillosas historias antes de irme a la cama, por leerme una y otra vez mi
cuento favorito, por calentarme en los días fríos o llenarme de bloqueador en
esos días calurosos. Por haberme pellizcado o darme un chancletazo (gracias a
ello no soy ningún malcriado). ¡Te estoy infinitamente agradecido mamá!
Te has preguntado: ¿cuán desagradecido eres si no la tratas
con el mismo amor que ella te ofreció desde que te vio por primera vez? No es
tarde para correr a sus brazos, para besarla sin motivos, para llenarla de
flores o sacarle una sonrisa.
Las madres representan en la tierra el rostro amoroso de Dios, es
por eso que Jesús enamorado de su madre, quiso que también fuera la nuestra y
en el acto más misericordioso, estando clavado en la cruz, nos obsequió el más
grande de los privilegios: ser hijos de María Santísima.
“Y cuando Jesús vio a su madre, y al discípulo a quien Él
amaba que estaba allí cerca, dijo a su madre: ¡Mujer, he ahí tu
hijo! Después dijo al discípulo: ¡he ahí tu madre! Y desde aquella hora el
discípulo la recibió en su propia casa”. Juan 19, 26-27.
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